Friday, May 20, 2011

LXXVII Los Hongos de don José Antonio


Donde la predicción de un brujo de los Tuxtlas se hace realidad

Del Libro de Pedro Santa Cruz

Encuentrome juzgado y  sentenciado por el Tribunal del Santo Oficio por los delitos de herejía, necromancia, y rebeldía, cargos que acepto.  Y este Santo Tribunal, asentado aquí en la Nueva España, esta compuesto por santos varones dominicos, insobornables, inflexibles, e inmisericordes.  La Inquisición ha dispuesto mi entrega a la justicia seglar para proceder a mi castigo.  En dos días, el domingo, se me exhibirá en la plaza mayor de esta antaño Gran Tenochtitlan y hoy muy noble y señorial Ciudad de Méjico, vestido con sambenito y portando una veladora, y se procederá a quemarme vivo en castigo a mis pecados.


Santiago Tuxtla – septiembre de 1713

Don José Antonio Pavón cerro el libro con impaciencia y dejo escapar un juramento.

--¡Me cago en Cristo!  ¡Guadalupe!  ¿Dónde carajos estáis?

Los gritos de don José Antonio se oían aun afuera de la sacristía y Guadalupe se presento ante él.

--¿Pos que paso patrón?

--Diantres, Guadalupe, ¿no hay mas de los escritos de este fulano, tu ancestro?

--Es lo único que hay, patrón.

--Es que me dejo con mas preguntas que respuestas.  ¿Cómo diablos fue que fue a parar aquí?  Obvio que sobrevivió a la Inquisición y se trajo al tal Sancho Panza con él.

--Jijos, patrón, vera…

Era evidente que el indígena vacilaba.  Don José Antonio sirvió dos tarros de mezcal.

--Sentaos Guadalupe.  Os debo la vida.  No quiero que hayan secretos entre nosotros.  Y no me llaméis “patrón”, para vos soy José Antonio, ¿quedamos?

--Muy bien, don José Antonio.  Vera, estos cerros son muy viejos…

--Igual que yo.

--Ah que don José.  No, mire, por ejemplo, si usted sube al cerro del vigía encontrara restos de templos y toda una ciudad ahí.  Y lo mismo en el cerro que sigue.  Y el que sigue.  Claro, de estos menesteres ustedes los españoles no teneis ni idea.  Es mas, muchos de nosotros los indios tampoco.

--Continuad, hombre.

--Pues bien, don José Antonio, estas tierras se reputan son tierra de brujos.  No, no me pregunte si yo lo soy.  Si lo fuera lo tendría que negar.  Y si no lo fuera no me atrevería a reclamar ese titulo.  Si los hay, aquí, y muchos, pero, sabe, mas bien son guardianes.

--¿Guardianes de que?

--Por lo general consejas, remedios, cosas útiles.  Hubo mucho conocimiento de las artes y ciencias aquí.  Es inevitable que queden ecos.  Yo conozco algunos brujos y algo he aprendido de ellos sobre curar.

--Vaya si lo se yo.

--Vera, hace muchos años, cuando yo era chamaco, conocí un viejito.  Don Cástulo.  Era curandero pero todo mundo lo sombrereaba.

--Es decir, ¿le hacían honores?

--Exacto, don José.  El caso es que un día don Cástulo me llamo y en privado me explico que todo lo que uno vide dependía de donde estaba uno.  Que todo cambiaba según uno se moviera.  Que no todo era fijo o absoluto.

--No tengo idea de que diablos me decís.

--Yo tampoco.  Pero se lo menciono porque como es natural yo, en medio de mi ignorancia, le dije también que no entendía y le pregunte para que me hacia saber eso.  ¿Y sabe que me dijo?

--Ni idea, Guadalupe.

--Es que el viejito me dijo que iba a tener que transmitir esto a un hombre venido de mas allá del mar.  Y que esto seria ya siendo yo un hombre.  No conozco a ningún otro español.  Así que ese hombre pos es vuecencia.

--¿Yo?  ¡Santo Dios!  Bien, ya lo habéis hecho.  El mensaje ha sido recibido y yo sigo en las mismas.  No sé que diablos le paso al moro pero ahora ya cuento con algo mas de conocimiento que no comprendo y que engordara a los gusanos cuando muera.

--Don Cástulo me enseño luego unos hongos que crecen en el cerro del Mono Blanco.  Decía que comiéndolos se podía observar toda clase de eventos y hechos que le están ocultos a los hombres.  Que así el tiempo no importaba.  Y que el hombre venido de mas allá del mar así podría tener respuestas a sus preguntas.

--¿Me tengo que comer esos?  Diantres.  ¿Y si me muero?

--Eso es muy posible.  A cada rato se le moría gente a don Cástulo.

Don José Antonio tomo un sorbo de su mezcal.

--Todo esto me suena a herejía.

--Mientras no nos mande el obispo en Veracruz un inquisidor no tendremos bronca.  Las viejitas se quedaron con las ganas de rezarle el rosario y cafetearlo.  Le haremos un funeral digno, despreocúpese.

Don José Antonio se volvió a rellenar el vaso de mezcal.

--Escuchad, Guadalupe, comeré vuestros hongos.  Ya estoy viejo de todas maneras y ya estuve al borde de la muerte y esta no me asusta ya.  Sin embargo, hare testamento, con el alcalde, don Faustino Panza.  No tengo mas capital que mis trapos pues no me enriquecí sirviendo al rey como otros así que redactar el documento no será mucho embrollo.

--En tal caso, don José Antonio, deje me voy al cerro a buscar esos hongos y los preparo y que sea lo que Dios quiera.

Y así fue como unos días después don José Antonio presencio los hechos que a continuación se os presentan, estimado lector, sin que tengáis la necesidad de comer hongos o preparar testamento.

Ciudad de Méjico – junio de 1685

--Dejad que yo hable su señoría –aconsejo Sancho.

El escudero guiaba una mula sobre el cual iba montado don Filoteo de la Cruz

--Eso es lo que mas me da sobresalto, Sancho.  Vos habláis por los codos.  El que mucho habla mucho yerra.

--A fe mía que tratare de ser discreto.  Esta es la única esperanza que tenemos para ayudar al almirante.

Sancho y don Filoteo caminaban por las lóbregas calles de la ciudad de Méjico.  Era cerca de la medianoche.  Adelante vieron a un hombre en una esquina alzar una linterna dos veces.  Esta era la señal convenida.

Don Filoteo noto que el hombre era grueso.  Estaba embozado (igual que don Filoteo) y portaba una toledana (cosa que no tenia don Filoteo).

--Altivos obeliscos –murmuro el hombre.

--Nacidos de la sombra –contesto don Filoteo.

--Seguidme –dijo el hombre--.  Iremos a la taberna del Arco de Neptuno.

--¿Qué decís? –dijo don Filoteo con algo de sobresalto.

--La construyeron con los materiales con que erigieron el arco ese que diseño la monjita Sor Juana para recibir al virrey.  Le hicieron ahí la barba de lo lindo.  Digo, una vez que entro el virrey pos ya para que lo querían.  Estorbaba el trafico y lo mandaron tirar.  Resulto que un tal Perico compro todo el escombro y con eso hizo su taberna.  Esta interesante por dentro.  Os gustara.

--¿Lo seguimos patrón? –pregunto Sancho.

--Santo Dios, creo que no hay mas remedio.

El interior de la taberna del arco de Neptuno era un conjunto ecléctico.  Detrás de un amplio mostrador despachaba el tal Perico, un peninsular de barba cerrada y unicejal.  Las paredes estaban adornadas con toda clase de jeroglíficos egipcios y textos en griego.  Diversas estatuas de Neptuno, sirenas, Isis, adornaban las paredes.  También habían pinturas de ninfas desnudas correteadas por sátiros y un Orfeo guiando a Euridice del inframundo.  Parecía como si la mente de la musa hubiera tenido un sincope y vomitado todo ello. Pero, siendo la Nueva España, también había el inevitable altar a la guadalupana y cabezas de toros de lidia pues Perico era taurino de hueso colorado.  Como os advertí, lector, el interior de la taberna era un conjunto ecléctico.

Los tres hombres se sentaron en una esquina oscura.  Una buscona se aproximó mas el embozado la alejo con un ademan.  Perico les proporciono una botella de vino y unos vasos de dudosa limpieza.

--Lo que aquí se hable tendrá que ser secreto –dijo el hombre.

--Solo si es secreto es de provecho –asintió don Filoteo.

--No hay secretos para la Inquisición.

--Tampoco para Dios.

--Le temo mas a la Inquisición.

--Os aseguro que no os convendría discutir teología con su servidor –dijo don Filoteo.

El hombre rio quedamente.

--Bien, escuchad.  Santa Cruz ha sido juzgado.  Esta en capilla.  Va a morir.

--¿No hay remedio o ayuda que se le pueda proporcionar?  --pregunto Sancho.

--Ninguno.  Es hombre muerto.  Así lo quiere Aguiar.  Bastantes vergüenzas ha sufrido ya don Francisco cada vez que el virrey indaga sobre lo que paso ese día.  Y muchos en la corte también quieren olvidar los hechos.  No dudo que quemaran toda crónica que mencione el asalto al palacio de la Inquisición.

--Estáis en lo cierto en lo general.  Mas tenéis una falla en vuestro desarrollo.  Si hay manera de rescatar a don Pedro –dijo don Filoteo.

--¿Qué proponéis?  ¿Otro asalto? –pregunto el hombre con sorna.

--¿Y por qué debo de revelar el como a vos?  ¿Como se si vos en verdad sois quien debía contactar?  ¿Cómo se si trabajáis para la Inquisición? –insistió don Filoteo.

--No podéis saberlo.  Tampoco yo puedo saber si sois en verdad quien me indicaron contactara.

--Me disteis la clave.

--Y vos respondisteis como era correcto.  Las claves se pueden obtener, sobre todo de un preso que esta sujeto a tormento.

-- ¿Sabéis mucho sobre tormentos?

--Algo.  Trabajo en la Inquisición.

Sancho puso la mano en su alfanje.

El hombre se rio quedamente.

--Pero soy parte de la Hermandad Blanca.  Mi mision era trabajar encubierto ahi.  Ni siquiera el finado don Lorenzo sabia lo que era.  Asi que os digo que si en verdad fuera hombre de la Inquisición ya os hubiera hecho arrestar. ¿Para que traeros hasta aquí?  El vino de Perico sabe a orines.  Bien se os puede llevar a las mazmorras y ahí interrogaros con detalle.

--¿Quién sois? –se atrevió a preguntar don Filoteo.

El hombre descubrió su rostro.

--Me llaman “El Osito”.  Y vos sois Sor Juana.

Sancho sudaba a raudales.

--Patrón, ¿nos vamos?

--Es muy tarde ya, Sancho.  Este señor Osito tiene razón.  Si quisieran arrestarnos ya lo hubieran hecho.  Y es inútil seguir con la farsa.

--Repito, se quien sois vos, madre.  Pero, ahora, explicadme.  ¿Qué milagro creéis que se puede lograr para que don Pedro salga libre?  ¿Acaso rezareis por él?

--No señor Osito.  Yo no soy muy buena para los rezos y milagros.  Mi fuerte es la cocina.

--¿La cocina?

--En efecto –dijo Sor Juana (dispensemos con el albur de don Filoteo) sacando una botella de sus ropajes--.  Dadle a don Pedro a tomar este elixir que cocine.  Hacedlo lo mas pronto posible.  Entrara en un estado catatónico y todo indicara que ha muerto.

El Osito levanto la botella a la luz.

--¿Estáis segura que funcionara?

--No tengo idea.  No me atreví a probarlo en un cristiano.  Leí la receta en una herbolaria que doña Xochitl me regalo.

--Creo que entiendo por donde viene el toro –dijo el Osito sonriendo.

--El hecho es que don Francisco, nuestro arzobispo, seguramente será el primero en dar gracias a Dios por la muerte del moro.  Sancho reclamara el cadáver.  Tan solo aseguraos que no sea cremado o aventado en una fosa común.

--Creo que eso lo puedo arreglar. Sin embargo, madre, necesitare algo de plata.

--¿Y eso?

--El que ahora es el capitán Torres, el infeliz que antes era sosteniente…

--Ah, si, al que condecoro y ascendió el virrey por su valentía en la batalla de la plaza de Santo Domingo.

--Ese fulano precisamente, madre, aunque de valiente no tuvo ni un pelo ese día.  Conozco al desgraciado y estoy seguro me la hará de tos para sacar al cuerpo.  Ya sabe usted como son estos menesteres.  Usemos al poderoso caballero y ese allanara todo obstáculo que se atraviese a esta empresa.

Sor Juana suspiro.

--No tengo dineros conmigo.  Mandad un propio o id por el convento en la mañana. Afortunadamente estoy encargada de los dineros de la orden.  Me temo que tendré que hacer algunas matemáticas, llamémoslas “creativas”, con los presupuestos de esta.

Y fue así como el moro escapo del Santo Oficio.  Y una vez libre el moro busco adonde refugiarse lo mas lejos posible de la Inquisicion.  Regresar a España no era opción.  ¿Qué si sus hermanos lo reconocían un dia?  O peor, ¿Qué si volvia a encontrar al jesuita endemoniado ese, Aramis, el cual se reputaba había regresado triunfante a Roma portando el Caracol?

Una opción era irse al norte, a los desiertos de ahí, específicamente a un lugar que tenia por nombre Cerralvo y cuyos habitantes eran en su mayoría conversos.  Ahí no había inquisidores, razón por la cual tanto converso se había asentado ahí.  Mas, oyendo la descripción de lo desoladas que eran esas planicies y de la ferocidad de los comanches que a cada rato hacían hecatombe con esos miserables caseríos,  el moro prefirió dirigirse al sur, lugar que Sor Juana le describía como un edén.

Además, el moro tenia, y esto lo tomaba muy a pecho, la obligación de hacer realidad el otorgarle una ínsula a Sancho y hacerle ahí de un harem de indias desnudas.  Los pasos de ambos los llevaron  hasta los Tuxtlas donde la Inquisición tampoco tenia presencia.  Los naturales, que hacia mucho no habían sido visitado por un clérigo, no tuvieron problema en aceptar el embuste del moro que era cura.  A falta de los evangelios no tuvo empacho en usar el Koran que le había legado su madre.

Sancho finalmente obtuvo su ínsula y se hizo de un sequito de indias que le hacían piojito y le daban a beber tarros de chocolate.  Se dice, es mas, que el tal Sancho pobló el lugar pues los mestizos del lugar son parlanchines, dados a la exageración y a creer cuentos fantásticos, y, a su manera, prácticos y probos.

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