Vayamos a un lugar donde el tiempo es irrelevante, querido lector. Ante nosotros se encuentran dos hombres mirando atentamente un tablero de ajedrez. Ambos visten a la romana. El que juega las piezas negras le llamaremos “El Cónsul”, tal es el honorifico que se usa al dirigirse a él, a pesar de haber sido el jefe de los rebeldes que perdieron en Megido o Armaggedon. “El Cónsul” porta una elegante túnica consular. Es en extremo bien parecido (antes de rebelarse se decía que su vista halagaba a su soberano). En un anillo brilla un gigantesco rubí color sangre.
El otro hombre es todo un Aquiles, con miembros gigantescos surcados por cicatrices, una recia nariz romana, y barba cerrada. Porta lorica y a su lado cuelga una magnifica spata con guardia enjoyada. Quien lo viera pensaría que es la encarnación del mismo Marte. Su nombre es el tribuno Eleazar.
“El Cónsul”, estimado lector, ha sido exiliado a este lugar donde el tiempo es irrelevante. Lo han seguido la mayoría de sus incondicionales. Están, sin embargo, confinados al lugar. Sus guardias están armados y los vigilan. El tribuno Eleazar es el responsable de mantenerlos confinados. Así han pasado lo que los hombres llamarían milenios pero son tan solo unos suspiros para estos personajes.
Compañeros de armas que alguna vez fueron, es inevitable que “El Cónsul” y el tribuno Eleazar se entretuvieran en un juego de ajedrez. La elegante mano de “El Cónsul” se posa sobre un alfil.
--¿Estáis seguro? –pregunta Eleazar.
--¿Por qué no?
--Siempre os atrajo la incertidumbre, señor cónsul.
--Eso os he hecho pensar. Todo lo calculo de antemano. No soy como Menfis. El piensa mas con el corazón que con el cerebro. Menfis es mas dionisiaco que apolonico.
--¿Menfis? –el tribuno suspiro.
--No me lo neguéis, don Eleazar. Siento que sigue libre –“El Cónsul” movió su alfil al centro del tablero--. ¿O no es asi?
--Ni lo niego ni lo afirmo, señor cónsul, --la frente de Eleazar se arrugo contemplando la nueva situación.
--Su amor por Zenobia lo va a delatar. Es inevitable.
Eleazar no dijo nada. Contemplaba todavía el tablero.
--Dígame, Eleazar, ¿ya se recupero usted? Me afirman que tuvo problemas con Asmodeo.
Eleazar movió un peón para amagar al alfil.
--Como habéis oído, Asmodeo fue un hueso duro de roer. No hablemos de los muertos, ¿le parece? Y le agradezco su preocupación acerca de mi integridad física. Me he recuperado lo suficiente para hacer mi deber, señor cónsul.
--Ah si, usted siempre fue muy celoso de esto. Bien, y pensar que alguna vez usted y Menfis eran como hermanos… --el Cónsul movió su reina.
--Eso era antes –dijo quedamente Eleazar. Su mano casi se posaba en el peón que amagaba al alfil--. ¿En verdad quiere saberlo?
--¿Saber qué?
--Que si Menfis es el último.
--No dudo que lo sea. Pero dígame, ¿lo es?
Eleazar lo vio fijamente. Echo un vistazo a su alrededor.
--Si –murmuro Eleazar con voz queda.
--En el fallo sobre los que quedaron en el mundo no hubo ninguna misericordia –afirmo el Cónsul.
--No, ninguna –contesto Eleazar usando su peón para eliminar al alfil negro--. Es el castigo justo a la rebelión.
El Cónsul sonrió ante la puya y movió su reina.
--Jaque, señor Eleazar.
Eleazar contemplo el tablero con asombro. Su mano se poso sobre su alfil pero no la toco. No le quedaba alternativa en realidad.
--Concedo –dijo Eleazar.
En eso entro un hombre vestido de legionario, saludo, y le entrego un despacho a Eleazar. Este se paro y lo leyó cuidando que “El Cónsul” no se diera cuenta del contenido.
--Tengo que partir, señor cónsul. Marcus estará a cargo de la guardia.
--¿Vais al fin del mundo?
--Tal vez, --contesto el tribuno.
--Saludadme a Menfis –dijo “El Cónsul” mientras volvía a colocar las piezas.
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