Donde una voz celestial embelesa a los transeúntes de la calle de la Moneda…
Ciudad de Méjico – 1682
--A ver oste, ¡recíteme el padre nuestro en latín! –ordeno el sosteniente Torres.
El fulano al que se dirigía era un ranchero provinciano que acababa de llegar a la capital y salía de misa de uno de los muchos templos en el centro de la ciudad. El infeliz estaba rodeado de los sicarios PGR (Por Gracia del Rey) de Torres, todos portando unas toledanas desenvainadas.
--¿Perdón, patrón?
--¿No se lo sabe?
--¡No la chingue patrón! ¡Si a duras penas hablo español!
--Además, ¡rezonga y le falta al respeto a las autoridades que Diosito le endilgo! Y encima de eso vos traíais el machete al cinto cuando entrasteis al templo.
--¡Patrón! ¡Es mi herramienta de trabajo!
--Es sacrilegio entrar armado a un templo y además es delito portar armas de uso exclusivo del ejército. ¡Vas pa dentro cabrón! –ordeno Torres.
Varios de sus sicarios subieron al infeliz ranchero a una carreta con jaula donde ya languidecían otros presos.
--A ver usted, recíteme los diez mandamientos –ordeno Torres indicando a un indígena que pasaba por ahí llevando un costal en su lomo.
El hombre se le quedo viendo confundido.
--No ‘pañol –dijo el indígena.
--¡Ah desgraciado! ¡Si no habla español como Jesucristo entonces es un hereje! ¡Entambenlo!
A Torres le indicaron un borrachito que dormía la mona en un callejón.
--Súbanlo también, que se despierte en el palacio del Santo Oficio, que caray, a ver si el susto le quita lo borracho.
--¡Ya se lleno esta julia, patrón! –le avisaron a Torres.
--Bien, ¡llévenselos al tambo! Se regresan con la julia vacía y los espero en el mercado.
Doña Xochitl contemplaba con ansiedad el “operativo” desde la puerta de la yerberia “La Hermandad Blanca”.
--¡Hijos de su mal dormir! –murmuro la bruja.
Torres se quedo después de que sus hombres se fueron. Saludo con malicia a doña Xochitl. El sosteniente estaba esperando que pasara por el pan una muchacha de no malos bigotes.
A lo lejos, viniendo de catedral, el sosteniente observo a Sor Juana caminar por la acera.
--Es principio de mes. Dejaron salir a la monja para ir a cobrar las rentas del convento.
El sosteniente la vio con atención. Por unos momentos medito sobre la conveniencia de asaltarla y quitarle la plata. Pero luego recordó que la monja tenía muy buenas palancas con el virrey. Si lo agarraban acabaría en el garrote después de que le dieran sus calentaditas. Sor Juana caminaba muy quitada de la pena. En sus manos había unos papeles que iba leyendo y hacia ademanes con su otra mano, como quien dirige una orquesta que solo oía ella.
--Lo dicho –murmuro Torres--, a esa monjita o bien la queman por hereje o por loquita.
Mientras tanto, doña Xochitl también escudriñaba la calle, pero en sentido contrario. En eso vio una carreta acercarse. A bordo iban varios hombres vestidos como monjes juaninos.
--¡Aquí muchachos! –les dijo Xochitl indicándoles el callejón que daba a un establo donde guardarían la carreta y los caballos. Hecho esto, los hombres bajaron varias cajas de la carreta.
--Instálense aquí –les indico Xochitl llevándolos a un amplio sótano bajo la yerberia--. Entra poca luz, me temo, tendrán que usar veladoras, pero es más seguro.
--Trajimos lupas, plumas, tinta, papel, ábacos, y otros menesteres –explico uno de los monjes, un fulano indígena chaparrón y ya canoso.
--Gracias Fray Mateo.
--¿Qué era eso que se traían los alguaciles?
--No son alguaciles. Son los PGR’s de la policía del Santo Oficio. Están haciendo lo ellos llaman quesque un “operativo” pero nomas están levantando infelices a lo pendejo. Temía que los iban a levantar a ustedes también.
--¡Pero si somos frailes!
--Si, pero ustedes son indios y eso es, aparentemente, delito suficiente para esos desgraciados. Noté que los condenados no están tocando a los españoles. Hasta les presentan armas y se cuadran cuando pasa uno.
--¿Y qué diablos están buscando?
--Lo que les oí decir es que iban a torturar a los presos a ver quién sabe algo sobre la Hermandad Blanca.
--¡Ave María! –se persigno el fraile.
--Ya le mande avisar al rey. A ver qué medidas toma.
--¿Exactamente que tenemos que hacer doña Xochitl?
--Mire –dijo Xochitl apuntando a las paredes donde habían cajas llenas de pergaminos--, sor Juana quiere que busquen toda mención del glifo de Tlaloc, el planeta. Aquí está un ejemplo del glifo que buscamos. Estúdienlo bien.
--¿Quién es esa sor Juana?
--Luego le explico, don Mateo. Es por orden del rey, don Lorenzo, que debemos darle toda la información que ella requiera. La monjita quiere que le copien la posición en el cielo, y fecha y hora en que se observo al tal Tlaloc. Si les falta uno de esos datos pongan una mención de ello.
--¡Ah caray! Eso va a llevar su tiempo. Hay cientos de pergaminos.
--Pos más razón para que usted y sus frailes empiecen a talachar –les indico Xochitl--. Aquí tendrán que comer y dormir. No salgan para nada, no los vayan a levantar los PGR’s en uno de los “operativos”. No quiero más líos con la Inquisición.
El fraile hizo una ligera caravana y empezó a organizar a sus subalternos.
Doña Xochitl regreso a la tienda y encontró al Ruiseñor practicando una melodía que no le había oído antes. Frente a él estaba sor Juana corrigiéndolo.
--¿Y eso que es sor Juana?
--Es el Orfeo, doña Xochitl. Toco que tengo que cobrar rentas y decidí pasar por aquí. Siempre había querido que el Ruiseñor cantara el papel de Orfeo y encontré la partitura entre mis papeles.
La lección continúo bajo la experta dirección de Sor Juana. La música inundo la yerberia y broto e inundo la Calle de la Moneda. El tráfico se detuvo. Los transeúntes se detuvieron oyendo esa voz celestial. Incluso el sosteniente Torres se detuvo a escucharla asombrado. Los monjes juaninos en el sótano, oyendo la voz, se persignaron y arrodillaron en éxtasis.
Doña Xochitl oía con lágrimas en los ojos la magnífica voz con que su hijo minusválido había sido bendecido.
--Dudo mucho los señores de la Inquisición me permitan escenificar el Orfeo, --dijo Sor Juana una vez que termino la lección--. Hay una novicia a la que también enseño y que tiene una voz igual de magnifica que sería perfecta para el papel de Euridice.
Xochitl se disponía a decirle a sor Juana de la llegada de los juaninos cuando entro en la yerberia un hombre vestido de gentilhombre.
--Yo con gusto hablare con el arzobispo para permitir que se escenifique el Orfeo –dijo el conde de la legión entrando en el lugar, acompañado como siempre por su perra.
Sor Juana palideció al ver al hombre y su animal. Xochitl vio al conde con extrañeza.
--¿Qué le despacho a su señoría?
--Nada, gracias. Vide a sor Juana entrar aquí y quería presentarle mis respetos –contesto el conde haciendo una caravana--. Además de que sucumbí a la tentación de ver de qué bendita garganta surgía esa voz angelical. Culpad, Sor Juana, a la Música de mi presencia pues ella encamino mis pasos adonde reina el Merito y la Diligencia. La voz esta me recordó aquella frase que hilvanan los poetas de Alemania: “und der cherub este vor Gott”.
--¿Hay en verdad tal querubín, señor conde? –pregunto Sor Juana sucumbiendo a su vez a su curiosidad.
--Tal hay, Sor Juana, es el cantor principal del coro de ángeles. Dichoso es quien lo haya oído. Pero me atrevo a decir que la voz de este muchacho se le equipara.
--¿Y desdichado es quien ya no oye ese coro?
--¡Ja! Alguna vez pensé, en mi juventud, que la libertad bien vale todos los sacrificios. Pero ese sentir, ese idealismo, me lo corrigió a golpes la vida. Ahora sé que la única dicha que importa es contemplar a la mujer amada.
--¿Y sacrificaríais incluso la libertad por conseguir tal?
--No solo sacrificaría mi libertad sino hasta mi misma existencia.
--Doña Xochitl, permítame un momento a solas con el señor conde –le pidió sor Juana.
--Vente Ruiseñor –dijo Xochitl--, ayúdame a bajar unos costales que tengo en la bodega.
Ya solos Sor Juana confronto al conde.
--Prendí su veladora.
--Lo sé.
--¡Santo Dios que estoy diciendo! Bien, estoy dispuesto a ayudar a su…perra. Y vuecencia parece estar dispuesto a todo con tal de lograr el objetivo deseado. ¿Qué hay que hacer?
--Por ahora, solo esperar. La ceremonia solo se puede hacer en luna llena.
--Faltan un par de semanas entonces. ¿Adónde tengo que ir, señor conde? Entienda que si me dan venia de salir del convento es solamente para ver sobre los dineros de la orden, nada más. No me puedo andar paseando por la ciudad o saliendo del convento cuando se me ocurra hacerlo.
--No os preocupéis, hija de Apolo, yo me encargare de llevaros a donde tomara lugar la ceremonia. No temáis. Os repito, no seré yo quien empañe el cristal. Vos conjugáis el Merito y la Diligencia y eso es lo que os hace digna de redimir a mi amada.
--Os olvidáis de Fortuna y el Acaso.
--En efecto. He ofrecido votos a Fortuna para propiciarla. Y acerca del Acaso, solo podemos armarnos contra ella en la medida que se es posible.
--Mas vale que así sea, señor conde –dijo sor Juana acariciándole el lomo a la perra.
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