Monday, May 23, 2011

LXXVI Carta del Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, a Sor Juana Inés de la Cruz


Donde se discute la suerte del moro

Mayo de 1685

Hija, me dio gran gusto saber que vos y vuestras hermanas habéis sorteado con éxito el temporal que azoto esta tierra.  Me temo que aquí hubo mucho sufrimiento y mortandad, razón por la cual no es sino hasta ahora que puedo escribiros estas líneas. 

Los indios bajaron hambrientos de la sierra pero en todo el valle de Puebla era imposible encontrar una fanega de maíz.  El chahuistle nos pego muy duro.  El caso es que la hambruna nos causo miles de muertos y tremendo sufrimiento.

A diferencia del valle de México no hubo en estos lares agitación social contra la corona.  Creo que esto fue porque el gobernador y tu servidor hicimos todo lo posible para aliviar el sufrimiento del pueblo.  Yo con gusto abrí las arcas de la iglesia e hice traer un tren de víveres desde Veracruz, donde no parece que pego tan fuerte la plaga.  El pueblo recuerda esos gestos y no hubo tumulto alguno. 

No puedo de ninguna manera justificar la matanza que hizo el virrey de la Cerda en la plaza de armas.  Fue una mancha para el honor de España.  Pienso que les falto tacto en la capital, sobre todo a nuestro excelentísimo obispo Aguiar, y que sus acciones solo sirvieron para empeorar las cosas.  Aclaro que me atrevo a escribir con este candor en vista de los largos años de amistad que nos unen y confió en vuestra discreción.

El fulano este que mencionais, Sancho Panza, en efecto se presento ante mi portando la carta de recomendación que le disteis.  Me temo que es un amigo muy parlanchín y no pude sino enterarme de vuestros cálculos y predicciones.  Si lo que he oído de la reina es cierto esta no dudo que usara ese conocimiento para el bien de la ciencia.  Lo único que temía era si este fulano Panza llegaría hasta España con vida y portando vuestro encargo y que no le fuera a soltar la sopa a la inquisición sobre estos menesteres.  Francamente, su relación me asombro.  No sabia que vos habíais encontrado los escritos y cartas celestiales de Preste Juan en estas tierras de Anahuac (yo pensaba que el fulano vivía en las Etiopias) y que con estos secretos habíais hecho el mapa de los cielos.  Me da alegría anunciaros que hará una semana se presento nuestro amigo Sancho ante mi, de vuelta de la península, y afirmo que cumplió su encargo exitosamente y hasta recibió una bolsa gorda de la reina.  Le di posada y salvoconductos y tengo entendido que os ira a buscar en la capital.

Respecto al fulano este que mencionáis, Pedro de Santa Cruz, os diré que inquirir sobre su suerte es materia muy delicada.  Por supuesto, dado que tiene mi mismo apellido no pudo sino picarme la curiosidad.  Decís que tenia facha de converso y que incluso sabíais (no quiero saber los detalles) que era circunciso.  No  dudo que su limpieza de sangre sea sospechosa, Juana.  Sabed que en mi familia el tema es rara vez tocado.  Muchas familias hoy intachables, los Santiesteban, los San Pedro, los Santa María, y demás nombres plagiados del evangelio tienen, en efecto, un ancestro que no comía tocino.  El caso es que con mucha discreción empecé a preguntar sobre este Pedro, que tal vez es un “nepote” extraviado de tu servidor.

Lo que afirmáis es cierto.  Pedro de Santa Cruz fue capturado muy malherido en la batalla de la plaza de Santo Domingo.  Ni la corona ni la inquisición lo quisieron ajusticiar pues entonces había la esperanza de poder llevar a cabo un canje por el inquisidor Montoya (¿os acordáis de este?) que había sido capturado por una horda de indios herejes.  Montoya, se decía, estaba  encadenado en lo alto del Popocatepetl o del Ixtaccihuatl o que se yo, y que, a manera de Prometeo, los zopilotes, que no los buitres, le picoteaban permanentemente las entrañas.

Aparentemente el tema de Montoya empezó a ser embarazoso para nuestro arzobispo.  Se afirmaba que Montoya había insistido en fortalecerse en el santo oficio y que don Francisco Aguiar le había quitado la mayoría de los elementos con que contaba.  Don Francisco, por supuesto, hizo todo lo posible para aminorar esos rumores y escándalos.

Por otra parte, la llamada Hermandad Blanca, los indios herejes del caso,  se hizo ojo de hormiga y así era imposible negociar ningún canje de prisioneros.  El resultado fue que Montoya siguió tal vez haciéndole al Prometeo encadenado en el Popocatepetl y mi “nepote” Pedro de Santa Cruz siguió pudriéndose en una mazmorra del santo oficio.  Y como el arzobispo prefería que Montoya siguiera haciéndole al Prometeo (hasta hubo rumores de que buscarían canonizarlo) pues nunca se negocio un canje.

Indagando con mucha precaución (tengo mis contactos) establecí que mi “nepote” fue condenado a trabajos forzados en las minas de mercurio por el rumbo de Guanajuato.  Esto casi era una sentencia de muerte pues las condiciones ahí son inhumanas y las substancias que manejan se reputan que son venenosas a la especie humana.  La mayoría de los mineros acaban locos o enterrados en uno de los tantos accidentes que ahí ocurren.

Las cosas empezaron a cambiar con la llegada del relevo de don Tomas de la Cerda.  Tuve la fortuna de conocer al nuevo virrety, don Melchor Antonio Portocarrero y Laso de la Vega, duque de Monclova.  Se trata de un viejo soldado de los tercios del rey.  Es manco, pues perdió su brazo derecho en Flandes.  Pensaba inicialmente que seria un soldadote pero me sorprendio encontrar a un hombre culto y con sentido de humor pues, el mismo afirmo, que era el primer gobernante de la Nueva España que no robaría a dos manos.  Fue natural que en examinar los asuntos del reino como parte del proceso del relevo se tocara la caída del palacio del santo oficio y sus causas.  Ahí respingo don Francisco Aguiar.  Mi “nepote” Pedro no podía, obviamente, seguir con vida, aun si esta es en la crujía horrenda de una mina.

Y es que mi “nepote” Pedro pues no solo era un alzado y hereje sino que también, cosa peor, era demasiado correoso, no se moría (esa terquera corre en mi familia), y era un testigo incomodo para nuestro querido arzobispo, según establecí.  Fue así que no me sorprendió cuando esta mañana recibí comunicación a través de mis contactos que Pedro había sido arrestado una vez mas y que se dirigía en grilletes otra vez a la cárcel del santo oficio.  Me imagino que las cárceles ahí son una mansión de lujo a comparación a lo que ha sufrido ya.

Me da mucha preocupación que Aguiar haya tomado esta medida.  Si antes don Francisco no quiso arriesgar un juicio publico para aclarar los hechos de la caída del santo oficio hoy ha de estar muy presionado políticamente y no tiene mas remedio que hacer de Pedro un ejemplo.  Pinta muy mal esto para mi “nepote” Pedro. 

Tratare, con los medios que cuento, de ayudar a Pedro, aunque no creo que pueda hacer mucho.  Se necesita la intervención de manos mas influyentes.  Os debo decir que me dirigiré mañana a la sierra a hacer una visita apostólica en esas republicas de indios.  Como hablo con fluencia, como vos, el mejicano y soy bien conocido se me recibirá con gran hospitalidad.  Tengo muchas amistades entre los ancianos que funcionan a manera de senado en esos pueblos que se rigen bajo lo que la corona llama “los usos y costumbres”.  No os diré mas, Juana, para no comprometeros.  Pero si puedo establecer contacto o mandarles un mensaje a cierto grupo difícil de encontrar lo hare.

Manuel Fernández de Santa Cruz, Obispo de Puebla

1 comment:

  1. Hola, me gustaría saber tu referencia de donde has tomado esta carta, por favor. Gracias

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