Donde Montoya encuentra una posible pista de la Hermandad
Montoya no regreso al palacio de la inquisición durante los siguientes tres días. Había oído el consejo del Osito que, para evitar la cruda lo mejor era continuar la borrachera.
--Bien me valdría morir, jic, de una congestión alcohólica que rodeado de leprosos –se decía lloriqueando su dolor.
Eventualmente el hombre se hastió del alcohol. Sufrió pacientemente la cruda que lo ataco inmisericorde. Su cocinera le sirvió un plato bastante chiloso y, para su sorpresa, Montoya, un peninsular recién llegado de España, tolero el platillo. Tan solo sudo a mares y tal parece que eso limpio su organismo.
Ya con la cabeza despejada la tercera noche Montoya se dirigió a su cuarto en la azotea.
--Carajos, ojala pueda llevar esta biblioteca conmigo a las Marianas –se dijo contemplando los pesados tomos a su alrededor.
Empezó a leer otra vez su copia de Baruch de Espinoza. Eventualmente la cerro con cierto enojo.
--Bien, Baruch, os lo aceptare. Todo lo que existe es infinito. Sea, para el caso el mar entre Acapulco y las Marianas lo es. Y os acepto que el tiempo existe solo porque hay movimiento dentro de la existencia. Vos lo adjudicáis a las olas. Decís que el tiempo es la consecuencia del movimiento de estas. Sin movimiento no hay tiempo. Sea. Os lo acepto también. Eso me lleva a pensar. Válgame Dios, en las Marianas estaré rodeado de olas. No hay tierra firme a diez mil leguas de esas playas olvidadas. De ahí que habrá mucho movimiento y por lo tanto tiempo será lo que más me sobrara. Ahora bien, Baruch, dialoguemos. Habláis del movimiento. Decidme, ¿qué tanto tiempo crea el movimiento de una nariz de un leproso al caerse? ¿Es o menos tiempo que el que se crea cuando a este se le cae la parte viril? ¡Voto a Belcebú que me volveré loco con tanto tiempo en mis manos si no me llevo estos libracos conmigo! ¡Y mis aparatos astronómicos! ¡Esos tienen también que acompañarme! ¡Maldita sea mi suerte! Tal vez si sería mejor buscar la muerte aquí en la Nueva España.
Cavilando así su desgracia fue que quedo dormido y lo sorprendió el amanecer. Fue con gran desgano que se vistió y se dirigió al palacio de la inquisición en la plaza de Santo Domingo.
A la entrada de la plaza un piquete de alabarderos le hizo el alto a su carruaje.
--¿Qué diablos queréis conmigo? ¡Soy todavía el inquisidor mayor y no se me detiene en la calle!
--¡Su señoría ha regresado! –exclamo el “sosteniente” PGR Torres--. ¡Ea! ¡Abridle paso a monseñor!
--¡Que no soy un monseñor, so bruto! –lo regaño Montoya--. Decidme qué diablos está pasando.
La plaza estaba atiborrada de gente.
--Ay, su señoría, es que tantito mas y se nos arma un tumulto.
--¿Por qué hay tanta gente aquí?
--Pos son los familiares de los presos, su señoría.
--¿Cómo? ¿No han liberado a los presos? El virrey específicamente ordeno que no se hiciese chicharroniza.
--Pos no nos ha llegado tal orden, su señoría, tal vez porque vuecencia no estaba para ordenarlo. Es más, apenas ayer todavía metí otra cuerda de presos.
--¡Válgame Dios!
--Y como el maíz esta por las nubes ya la indiada anda muy enchilada, su señoría. Por eso es que de que vide al carruaje de su señoría luego luego pensé: “Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús, mas os vale que aseguréis que entre bien al palacio vuestro patrón no le vaya un macehual a faltarle el respeto”.
Los alabarderos escoltaron el carruaje entre la turba amenazante y presentaron armas cuando bajo Montoya. Este rápidamente entro en el palacio del santo oficio seguido de cerca por Torres que parecía su sombra.
Al caminar por los pasillos Montoya no pudo evitar notar la frialdad con que lo veía la burocracia del santo oficio.
--Malditos hipócritas –juro Montoya--. Es evidente que ya saben que he caído en desgracia. Antes me hacían caravana a diestra y siniestra y me sombreaban y me decían “tenga su merced muy buenos días” y “que el santísimo ilumine y bendiga mucho a su merced el día de hoy” y se aprestaban a dejarme todo goteando de saliva la mano entre tanto beso. ¡Carajos! ¡Y hoy parezco un apestado o que vendí a Cristo!
--Ay patrón, ya vide oste que cuando cae un gallón luego naiden quiere admitir que lo conocían.
--¿Y vos, por qué me seguís tan zalamero?
--Jijos patrón…
--Vamos, hombre, hablad.
--Pos patrón, a mi me pasa igual. Todo mundo me señala como vuestro instrumento. Si no me mandan igual a las Marianas me pelo para mi pueblo.
Montoya juro.
--¿Qué tanto se sabe de ese rumor?
--Pos está en la jeta de todos. Unos dicen que vuecencia será mandado a Egipto de anacoreta. Otros quesque el arzobispo lo hará estilita y le van a levantar su pilar ahí en la plaza mayor. Pero el chisme que mas corre es que pronto sale oste para Acapulco.
Los dos hombres entraron en el despacho del inquisidor.
--Todavía no se me ha pasado sentencia, carajos.
--Pos si oste lo dice. El caso es que yo me puse a pensar…
--Os hará mal hacer eso.
--Pos tal vez, ya vide que uno no es gente de razón y no está acostumbrado a esos trotes. Pero decía que concluí que, aunque vuecencia también me puso como al perico torturándome pos he tenido patrones mas hideputas antes.
--No sé si interpretar eso como un cumplido, Torres. Continuad.
--Bien, decía, me senté a cavilar y cavilar. Mire patrón, ¿pos cuanta gente cree vuecencia que hemos levantado?
--¡Como carajos voy yo a saber!
--Pos no, patrón, no tiene su señoría por qué llevar esas cuentas. Pero a mí me late que han sido un carajal.
--¿Y qué con ello?
--Pos ¿no se le hace sospechoso patrón que no hemos encontrado nada en concreto sobre la mentada hermandad esa?
Montoya se sentó detrás de su amplio escritorio y lo contemplo fijamente.
--Seguid.
--Bien, como su señoría sabe pos yo mis muchachos pos los levantamos en los retenes y traemos a toda la indiada aquí. Y es aquí donde los secretarios los interrogan. Claro, la mayoría de los presos no hablan cristiano.
--Entiendo, dependemos de los traductores.
--Pos si, patrón, y esos pos también son indios.
--Seguid.
--Y luego le diré que a los que interrogan pos la mayoría se nos muere. Ya vide oste que el Osito y el Faisán tienen la mano rete pesada.
--Eso es porque los dos son muy animales. Vive Dios que les he tratado de enseñar sobre los humores del cuerpo y como estos deben de balancearse y como se debe de aplicar el dolor de manera científica --dijo Montoya incorporándose y paseándose por su oficina--. Pero vos los mejicanos sois muy refractarios a las ciencias europeas. ¿Cómo diablos os vamos a civilizar si no queréis aprender los más refinadas artes de occidente, incluyendo el de la tortura? ¡Vive Dios que si tuviera aquí uno de los maestros torturadores que tiene el papa no se nos moriría tanto infeliz!
Torres lo contemplaba con la paciencia de Job.
--Ay patrón, pos si, semos rete refectorios como dice vuecencia pero también semos rete mañosos.
--¿Qué queréis decir?
--¿Oste de verdad cree que semos puro indio torpe que no sabe torturar? ¿Qué seguridad tiene vuecencia que el Osito y el Faisán no nomas están petateando a los presos para callarlos? ¿O que los traductores le están diciendo la verdad a los señores secretarios? Digo, ya es para que hubiera salido una pista sobre la hermandad esa, ¿no cree?
Montoya se dejo caer pesadamente en su sillón. La lógica del hombre no admitía disputa.
--Tenéis razón, Torres, aquí hay gato encerrado.
--Es lo que yo pensé, patrón. Y como a mí ya me va a cargar el payaso por servir a vuecencia pos empecé a sospechar que había conjura para haceros fracasar. Y hace unos días mis dudas se confirmaron.
--A ver…
--Pos vera, patrón, tenemos un reten por la villa. Ahí levantamos a unos arrieros que se me hicieron sospechosos. Traían los ojos todos pelones y sudaban a chorros.
--No es de dudar. Ya van varias veces que a uno de vuestros hombres se le escapa un saetazo y hay muertito.
--Son daños colaterales, patrón. El caso es que los arreste en el acto y decidí darles su calentadita
--¡Santo Dios!
--Perese, patrón, que valió la pena. Uno de estos arrieros se llamaba Toribio Zaldívar y el otro era José Núñez. Ambos eran de Texcoco. Zaldívar soltó la sopa que hace unas semanas habían venido en un tren de mulas que incluía unas carretas con unos monjes juaninos.
--¿Y que con ello? Si pagaron las alcabalas del caso pos no hay razón de levantar sospechas contra un clérigo.
--Pos según Zaldívar estos juaninos estaban todos nerviosos y alcanzo a ver que traían rollos y rollos de papel de amate. Digo, si estuvieran metiendo aguardiente de contrabando a la capital entendería si estaban nerviosos, pero, ¿Por qué estaban ansina nomas por unos papeles?
--¿Qué es eso de amate?
--Donde los mejicanos de la antigüedad escribían sus rezos a Huichilobos o que se yo.
--Bien podían tener hoy los evangelios, Torres.
--Pos si, pero estaba Zaldívar soltando la sopa cuando Núñez hizo como a amenazarlo.
--¿Y qué hicisteis?
--Pos me los traje a ambos aquí al santo oficio para hacer las viriguaciones en forma científica y con todas las de la ley. Los puse en celdas separadas. Ayer Zaldívar fue llamado a ser interrogado. Yo como quien no quiere la cosa me quede en el interrogatorio. ¡Y habría usted que ver que cuando el secretario le preguntaba sobre la hermandad el traductor se hacía pendejo y le hacia otra pregunta. Como yo hablo mexicano a mi no me hacen pendejo. Y como no le sacaban ansina nada a Zaldívar pos lo mandaron a extraer confesión. ¿Y ya adivino que paso entonces, patrón?
--Creo intuirlo. ¿Quién hizo la tortura de rigor?
--Pos el Osito. El Faisán andaba franco ese día. Y, por supuesto, Zaldívar paso a mejor vida durante el interrogatorio.
--¡Carajos!
--Pos lo mesmo dije yo, patrón.
--¿Y el otro arriero, Núñez?
--Esta todavía en su celda, patrón. Lo van a interrogar pasado el receso del mediodía.
--¡Me cago en Cristo antes de que eso ocurra! –maldijo Montoya.
El inquisidor saco papel y mojo la pluma y escribió unas cuantas líneas y le extendió el documento a Torres.
--Tened esto. Os autoriza para sacar al preso. Lo llevareis a mi residencia bajo escolta. Decidme, ¿tenéis hombres en los que confiáis?
--Pos, patrón –dijo Torres haciendo una señal bien conocida.
--Ah, sí, no hay más que poderoso caballero. Bien, tomad –dijo Montoya extendiéndole unas bolsas pesada--. Asegurad la lealtad de esos hombres. Ya no tengo más que perder. Pero, escuchad, juro que si me traicionáis os hare desollar vivo antes de que me manden a las Marianas.
--Patrón, yo estoy con oste.
--Igual decía Judas.
--Jijos, patrón, ¡es la primera vez que tiene oste una pista en firme sobre esos cabrones!
--Tenéis razón. Mas razón para irse con tiento con Núñez.
--¿Quiere vuecencia que lleve fierros?
--¿A qué os réferis Torres?
--Instrumentos de tortura, patrón, para hacer hablar a Núñez.
Montoya vacilo. El había estudiado con detenimiento la ciencia del dolor. Incluso había observado al gran maestro, Marranelli, el torturador principal del papa, hacer confesar a unos herejes. Pero nunca en su vida había ensuciado sus manos aplicando fierros candentes en la partes nobles de un infeliz.
--Veremos –dijo con voz queda Montoya--. Id a la bodega y tomad todos los instrumentos que juzguéis conveniente. Si os dan problemas, decidles que vengan a hablar conmigo, carajos, todavía soy el inquisidor mayor.
--Sobres, patrón, sacare a Núñez y se lo llevare a su residencia.
--Si, haced eso. Esperadme en unas horas. Si no regreso para el anochecer, escapad e idos a vuestro pueblo. En verdad me habéis sido fiel y eso no lo olvidare. Escribiré una carta de recomendación para que entréis al servicio del conde de la legión, este es buen amigo.
Ahora fue Torres el que palideció. Servir al conde no le apetecía, especialmente después de lo que había presenciado frente a la casona de este.
--Idos ya Torres y aseguradme a Núñez.
Ya que se fue Torres el inquisidor toco su campanilla y un secretario se presento de mala gana. Montoya no lo increpo saboreando como podría reivindicarse y como haría que todos los que lo despreciaban pagar sus ofensas varias veces.
--Mandad aprestad mi carruaje –ordeno Montoya--. Iré a ver al arzobispo.
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