LVIII La Visita de Leibniz
Basilea
Jacobo Bernoulli trastabillaba y hacia esfuerzos heroicos por mantenerse erecto. Tenia ya años que no tenia la dicha de encontrarse con su amigo Gottfried Leibniz y ambos habían celebrado la reunión bebiendo y comiendo hasta altas horas de la noche. Leibniz había descendido, cual Júpiter del Olimpo, desde la Alemania a presentar su nueva notación en la universidad. La conferencia había sido todo un éxito. La facultad de matemáticas de la universidad de Basilea, de la cual Jacobo era decano, abrazo con entusiasmo la notación de Leibniz
--¿De donde os inspiro el inventar tal notación? –le pregunto Bernoulli.
--Veras, Jacobo, –dijo Leibniz elevando un taro de cerveza y eructando--, a mi siempre me ha interesado el oriente. Incluso me enseñe a leer y escribir en chino…
--¿En chino? ¡Válgame Dios!
--No fue fácil –admitió Leibniz--, me tomo varios años y, claro, en Alemania hay muy pocos chinos. Solía yo ir a Bremen de vez en cuando a ver si acaso veía desembarcar de un buque a un hijo del celeste imperio que estuviera dispuesto a ayudarme a aprender su lengua. Me temo que las mas de las veces cuando me encontraba un chino se trataba de un fulano que no sabia leer y escribir. Ah, pero en una ocasión me tope con todo un erudito, un tal Fang Tsen, embajador del emperador chino antes los príncipes alemanes. Este amigo pertenecía a la clase de lo que allá llaman mandarines y son los burócratas que gobiernan en nombre del emperador. Reciben una educación esmerada y tienen conocimientos de las ciencias y de las artes.
--Eso es muy interesante, Gottfried, pero, ¿Qué diablos tiene que ver con tu notación?
--Todo, tiene que ver todo, Jacobo. Con la ayuda e instrucción y extrema paciencia de don Fang pronto conocí los rudimentos de su lengua. Y el caso es que aprendí que su escritura consiste de ideogramas, de los cuales parece que hay miles. Sin embargo, pueden presentar las ideas mas complejas con tan solo unos cuantos de estos. Eso me inspiro que un ideograma seria la mejor representación de una idea matemática.
Jacobo levanto su tarro y brindo.
--¡Pues brindo entonces a la salud de don Fang!
Jacobo busco entre sus ropas la llave de su casa. Después de mucho esfuerzo la encontró. Vivía solo.
Jacobo entro. Prendió una bujía. Normalmente, se hubiera ido directamente a su recamara a buscar refugio en su lecho mientras pasaban los efectos del alcohol. Algo lo hizo vacilar. Se dirigió a su despacho.
El lugar era un desorden, mas de lo acostumbrado. Habían cajones abiertos y desparramados por todos lados.
A Jacobo se le helo la sangre. El Gran Maestre de los iluminados tenia muchos secretos. Y si se revelaran…habría muertos.
Jacobo se dirigió a su escritorio. Este era un mueble formidable, de caoba, con múltiples cajones. Busco en una esquina y presiono un botón oculto. Se abrió un compartimiento de buen tamaño, inaccesible de otra manera e invisible a simple vista. Jacobo alumbro dentro de este.
--¡Gott im Himmel! –juro y cayo pesadamente en su sillón presa de pánico y temblando.
Su correspondencia con von Tschirnhaus y las breves notas que le había mandado “Hypatia” desde la Nueva España faltaban.
Segundos después sus instintos lo impulsaron a alumbrar la habitación. Quien quiera que haya descubierto el compartimiento tenia que ser un adversario formidable y tal vez letal. Los pelos se le erizaron a Jacobo. Bernoulli era un cincuentón, panzón, un erudito, no era un hombre de acción. Si el ladrón estaba todavía dentro de su casa, Jacobo era hombre muerto.
Jacobo recorrió con precaución el resto de su aposento. A veces creía detectar un ruido leve. Pero no, no encontró a nadie.
Al final salio de su casa. Desde el dintel de su puerta observo la lóbrega y solitaria callejuela. Era invierno. Había nevado. Jacobo creyó detectar unas huellas en la nieve que no, no eran suyas. Se dirigían hacia el centro del pueblo. Jacobo se dirigió tras de estas huellas con toda la prontitud que su obesidad le permitía. Eventualmente creyó divisar al autor. Una figura vestida en negro se veía a lo lejos caminar con prestancia y agilidad. Su traje recordaba algo la vestimenta de los jesuitas aunque el hombre portaba una espada.
Tal vez el hombre de negro tenia ojos en su espalda pues se volteo y encaro a Jacobo a media cuadra. Estaba esbozado. El hombre de negro desenvaino su alfanje con una facilidad y elegancia y Jacobo tuvo una premonición de muerte.
El hombre de negro alzo un dedo como dándole una advertencia a Jacobo. El mensaje era claro. Si Jacobo quería seguir vivo mas vale que se diera media vuelta. Jacobo no tenia arma alguna. Sabiéndose vencido, Jacobo se regreso con premura a su casa y se encerró en ella a piedra y lodo.
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