Thursday, July 7, 2011

LIV. El Gioco

Del libro de Pedro de Santa Cruz, donde un gitano le intenta levantar la bolsa al moro…

Llegue a Tolosa de Langedoc unos días después muy seguro de haberme escapado de mis perseguidores. Decidí esta vez quedarme en una posada de buena categoría pues estaba fatigado del viaje y cansado de que me andarán intentando navajear en un corredor. Ya guardadas bien mis cosas decidí ir a una de las fondas de la plaza principal para disfrutar de una buena cena.

En la plaza enfrente del antiguo circo romano había unos carruajes que se me hicieron familiares. En efecto, en medio de la plaza unas gitanas bailaban lúbricamente acompañadas de un tamborilete. Me les acerque entre la multitud. Las mujeres eran de carnes generosas y mostraban estas sin pudor. La gente, en su mayoría hombres, las veían hipnotizados.

El sacar mi daga y ponérsela en la garganta al fulano que trato de tomar mi bolsa fue cuestión de un suspiro. Y no, no fue por el entrenamiento que recibí de D’Artagnan que reaccione de tal manera.  Más bien fue por los años que había andado de marino que me había hecho tan ducho con el alfanje.

--¡Lucas Macanas! --dije reconociendo al hombre que pálido me miraba. Su mano todavía estaba posada sobre mi bolsa.

--¿Su señoría me conoce?

--Aparentemente os estáis poniendo viejo. Antes podíais quitarle la bolsa al mismo Belcebú sin que este se diera cuenta.

--¡Su señoría se equivoca!

--¿Tanto así he cambiado? ¿No me conocéis Macanas?  --Baje la daga que ya habia sacado una gota de sangre de su garganta.

El gitano se me quedo viendo fijamente.

--¿Pedro? ¿Sois Pedro de Santa Cruz?

--¡El mismo!

--Habéis embarnecido. Antes erais tan solo un jovencito. ¡Os debo una disculpa!

--Compradme un trago entonces.

Nos fuimos a una taberna cercana.

--En cuanto vide a Carmen, Micaela, y Fraustita bailando sabia que vos estarías cerca --le explique.

--Os dábamos por muerto. Después de que os sacamos de Sevilla se presentaron varios hombres preguntando por vos.

--¿Uno era un cura jesuita?

--En efecto. Lo conozco bien. Es un fulano muy peligroso.

--¿Que sabéis de una mujer rubia a la que llaman milady?

Lucas empezó a toser.

--¡Voto a Belcebú! Pedro, no me preguntéis mas, os lo ruego.

Le volví a llenar su tarro.

--No puede ser tan mal la cosa. Es evidente que la conocéis. ¿Qué me podéis decir de ella?

Macanas sacudió su cabeza.

--Hay cosas que no puede uno revelar.

--¿La habéis servido antes? --insistí.

De mala gana Macanas se bajo su trago.

--Si. Paga bien. Todos los que están en el juego pagan bien.

--¿Que juego es ese?

Macanas miro a su alrededor.

--Bien, Santa Cruz, nada más porque os debo la vida os contestare. Veras, el tal juego lo juegan los reyes. Ellos le llaman el “gioco”.  No es un juego para hombres comunes y corrientes. El tablero es toda la Europa. Lo juega el rey de España, el gabacho, el papa, hasta el mismo emperador lo juega.

--¿En qué consiste el dichoso juego?

--Bien, sabed que el inventor fue el mismo Richelieu. El juego consiste en demonstrar que podéis hacer y deshacer en los dominios de vuestro oponente. Generalmente eso significa mandar correos a través de los dominios de tu rival y luego alardear de que vuestro agente logro pasearse impunemente en tierras de vuestro oponente. Como os imaginareis, aquel que tenga la mejor red de espías y bocones tiene la ventaja. Richelieu tenía tal vez la mejor organización y se la heredo a Mazarino y este a Luis XIV. El papa le sigue en peligrosidad pues utiliza a los jesuitas como su servicio secreto.

--¿Correos? ¿Tanto empeño nada más en llevar un documento de un lugar a otro?

--Por lo general se trata de secretos de estado, evidencia de una infidelidad, que se yo. Lo que pasa es que los reyes se aburren. Tienen que divertirse a su manera. Mueven a sus agentes como piezas de ajedrez. La idea es que tus agentes le abran el buche al correo de tu oponente y quitarle lo que porta.

--¿Y que tiene esta milady que ver en todo esto?

--Hasta hace poco milady trabajaba para Mazarino. Ahora que murió este milady quedo desempleada. Luis XIV es muy tacaño y no quería pagar lo que ella pedía.  Milady decidió independizarse. Ofrece sus servicios al mejor postor.

--¿Y quién es el grandote que la acompaña?

--¿Un barbón fornido? Ese es Rochefort, su amante. Y si queréis saber cómo sé todo esto, dejadme decirte que a veces milady me ha subcontratado para hacerle trabajitos. Conozco todos los caminos entre España y Francia. Sé como entrar en ambos reinos sin que las autoridades se enteren. He llevado a más de un correo a través de la frontera. También he hecho a varios desaparecer. Es cuestión de plata y uno tiene que comer. Pero bien, si andáis preguntando sobre milady supongo que os habéis incorporado al juego. ¿No seréis tan bruto de ser un correo?

Empecé a toser.

--¿Porque decís eso?

--Parte de las reglas es que cuando se manda un correo se le avisa a los oponentes que este ya partió y hacia dónde se dirige, mas no se divulga que porta o que va a recoger. La idea es hacer el juego más interesante.

--¿Queréis decir que Luis XIV le avisaría a sus contrarios que mandó un correo?

--Si. Y también a milady. Por eso espero que no seáis tan bruto en tomar tal trabajo. Pocos sobreviven.

--¡Santo Dios! --fue todo lo que alcance a decir cuando tres pares de manos me agarraron bruscamente.

--¡Es él! --dijo Fraustita.

--¡Esta más gordo! --dijo Carmen.

--¡No, más bien yo lo vide mas flaco! --dijo Micaela.

Las tres habían sacado unas dagas y las tenían contra mis carnes. Sin más, las mujeres me sacaron de la taberna y me llevaron a empujones a su carruaje y de ahí nos dirigimos al campamento gitano en las afueras de Tolosa de Langedoc. Lucas me seguía riéndose a carcajadas.

En el campamente me acercaron dos niños y una niña. Eran muy parecidos y asumí que eran hermanos. Todos eran morenísimos, como yo. Junto a ellos estaba un patriarca viéndome fijamente y sin decir palabra.

--¡Este es Pedrito! --dijo Carmen acercando a un nino.

--¡Este también es Pedrito! --explico Micaela.

--Y la niña se llama Miriam --apuntó Fraustita--. Creo que así habíais dicho que se llamaba vuestra madre.

--¡Ave María! --fue lo que alcance a jurar. Era evidente que la noche que pase con las tres hermanas había estado yo muy brioso.

--¡Habéis deshonrado a mis hijas!  ¡Eran tan solo unas niñas inocentes! --anuncio el patriarca. En sus manos tenía un cuchillote--.  Solo con sangre podréis lavar su honor. ¡Bajadle los pantalones!

Unos mozos fornidos me agarraron y me levantaron en vilo y empezaron a desvestirme.

--¡Lástima! --dijeron las hermanas suspirando viendo mis vergüenzas.

--Cuando acabe no podrá deshonrar a más doncellas --explicó el patriarca.

--¡Lucas! ¡Ayúdame os lo imploro!

Los mozos me sostenían firmemente y estaba yo en pelotas y expuesto.

--Casaros con ellas Santa Cruz y todo estará bien.

--¿Con las tres?

Macanas se rio.

--No podéis hacer bastardos a dos de estos niños y legitimar solo a uno. ¿Por qué no? Nuestras leyes lo permiten.

--¡Sea! --contesté.

--¡Hijo mío! --dijo el patriarca abrazándome y dándome de besos.

Los tres niños se me echaron encima también abrazándome. Los gitanos me ayudaron a vestirme y me pasaron una bota. De algún lugar empezaron a tocar música y la fiesta se armó.

La ceremonia era muy sencilla. Las tres mujeres portaban unos ramilletes de rosas en la testa y me dieron cada una a beber una taza de vino. Hecho esto, el patriarca nos nombro marido y mujeres.

--¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo! --dijo Aramis aplaudiendo y entrando al campamento gitano--. ¿Y que tenemos entonces aquí? Una ceremonia pagana en tierras del rey de Francia. ¡Qué interesante!

--Es el jesuita ese que os buscaba. Es un agente del papa --explicó Lucas.

Aramis vestía todo de cuero negro elegantísimamente. Caminaba despreocupado entre los gitanos, varios de los cuales ya habían sacado alfanjes y macanas.

--¿Que queréis, señor de Aramis? --pregunto mi nuevo suegro que aparentemente lo conocía.

--Tan solo quería cerciorarme de que en efecto se había iniciado un nuevo juego. Me habían dicho que el correo era Santa Cruz. No pensaba que era así de bruto.  Pensaba que había muerto.  Han pasado varios años ya desde que lo conocí en Madrid y quería verle el rostro para poder reconocerlo.

--¡Lo sabia Santa Cruz!  --se rio Macanas--. ¡Solo a vos se os ocurre tomar ese trabajo!

--Desgraciadamente lo voy a tener que matar --explicó Aramis--. Pero os hago una propuesta, señor Santa Cruz. ¿Por qué mejor no me dais lo que portas, incluyendo los papeles de vuestra familia, y os dejo vivo como hice en Sevilla?

--¡No tengo nada todavía! --protesté.

--¡Pamplinas! --dijo Macanas--. De todas maneras Aramis os matara.  Si os perdona la vida en tal caso el papa no tendría los veinte puntos!

--¿De qué puntos habláis? --le pregunte incrédulo.

--Vuestra muerte le ganaría veinte puntos al papa. Cada punto consiste en una barra de oro macizo.

--¡No os atreveréis a tocar a mi yerno! --exclamó el patriarca--. ¡Difícil fue encontrar un valiente que se casara con mis tres hijas!

--Pero os dirigís a la Nueva España ¿verdad? --preguntó Aramis--. Os tendré que matar antes de que salgáis de Europa. No me gustan los viajes por mar. La sal del mar es mala para mi cutis.

Maldije a Luis XIV por toda respuesta. ¿Qué clase de juego estúpido era este donde todos los detalles eran divulgados?

Los gitanos rodearon a Aramis. Este parecía no preocuparse. Aunque eran veinte contra uno yo no tenía la seguridad de que pudieran matar al jesuita.

--Tened cuidado con él --les advertí--. Es un maestro con la espada.

--Pues yo tengo un arcabuz --contesto Macanas sacando tal y apuntando a Aramis.

--¡Vaciadle el arcabuz! –aconseje--. ¡Ese hombre es el mismo demonio!

--¡No os atreváis a tocarlo! --juro el patriarca interponiéndose frente al jesuita--. Dejad que Aramis se vaya sin que lo molesten.  Nosotros no somos parte de este gioco.  ¡Si matamos a un agente, sobre todo a este jesuita, tened la seguridad que o el rey o el papa nos mandaría despellejar a todos!

Aramis hizo una elegante caravana y salió del campamento de los gitanos.

--¡Diablos! –juro Macanas bajando su arcabuz--.  Me temo que lo mejor será si continuáis vuestra misión señor Santa Cruz.

--¿Continuar? ¡Si ya toda Europa sabe que voy en camino!

--Seria lo mejor --dijo Fraustita.

--Por el bien de nuestros hijos --sostuvo Carmen.

--Les podréis dejar una herencia --confirmó Micaela.

--¿Herencia? ¿De dónde?  ¡Yo no tengo  plata!

--La recompensa de los correos son diez barras de oro por cada viaje --explicó mi nuevo suegro--. Los reyes tienen este oro guardado en la casa de los Fuggers, los banqueros. El premio está garantizado. Sin embargo, pocos correos lo reclaman.

--¡Hazlo por nuestros hijos! --me imploraron las mujeres.

Mis manos se habían posado sobre las cabelleras de los zagales que eran mis hijos.

--Bien –accedí--. Lo hare por ellos. Pero necesitare ayuda para cruzar la frontera.

--Eso no es problema --dijo Lucas.

--Bien, dejadme ir a recoger mis alforjas.

--¡No seáis bruto! --me regaño Carmen.

--Mandaremos a uno de nuestros hermanos a ver si el camino está libre --explicó Fraustita.

--Si Aramis sabe que estáis aquí en Tolosa para estas horas también milady lo sabe --continuo Micaela.

En efecto, unas horas después regresó uno de los gitanos con nuevas.

--Lo estaban esperando –explicó el que resulto ser mi cuñado--. Vide al mejicano ahí.

--¿Quien es el mejicano?

--Es un indio al servicio de milady. Es un experto con la cerbatana y la navaja. No tiene misericordia. Le temo más que a Rochefort --me aclaró Macanas--.  La caravana partirá en la madrugada hacia el occidente. Tal vez la sigan pensando que queréis entrar a España por el rumbo de la Biscaya. Dejaremos que se adelante. Tu y yo, Pedro, nos vamos a esconder un dia en una finca arruinada en las afueras de Tolosa. A ver si asi los podemos despistar. Tomaremos al sur e intentaremos entrar por el rumbo de Barcelona.

--Por ahorita es nuestro --dijo Carmen.

--Es nuestra noche de boda --apuntó Fraustita.

--Niños, váyanse al carruaje de su abuelito y no nos molesten --acabó Micaela.

En la madrugada sentí moverse el carruaje. La caravana se puso en camino.  Macanas me despertó y todo ojeroso y entre besos y juramentos de amor eterno me despedí de mis esposas y me deje caer del carruaje. Macanas me llevo a las ruinas de una venta y ahí esperamos el amanecer. En efecto, primero vimos pasar a Aramis seguido por su criado. Después vimos el carruaje de milady y su sequito.

--Parece que los despistamos --dijo Macanas.

Sacó los caballos y nos dirigimos al sur, hacia los Pirineos.

Sacudí la cabeza.

--No por mucho tiempo. Aramis seguramente se dará cuenta del ardid pronto.

Seguimos el viejo camino de los peregrinos a Compostela hasta que topamos con las montañas. De ahí Macanas me llevo por veredas extraviadas y bordeando precipicios en dirección generalmente al sureste.

--En el camino habrían espías --me explicó.

--Luis XIV no me dijo nada de que podía ganarme diez barras de oro --protesté.

Macanas se rio.

--El hideputa no hubiera tenido empacho en reclamarlas en vuestro nombre si sobrevivierais.

--Le daré tres barras a cada una de mis esposas y yo me quedare con una. Creo que es lo justo. Después de todo, soy yo el que está arriesgando el pellejo. ¿Dónde puedo reclamar el premio en caso de que sobreviva?

--Los Fuggers tienen una oficina en Génova. Lo tendréis que hacer ahí.

Me acorde del consejo de D’Artagnan. Macanas era hombre de confiar, por lo general.

--¿Queréis ser mi compañero de viaje? Puedo pagaros bien.

--¡Definitivamente no! No sé cuantos años me queden antes de que el diablo me lleve a los infiernos. Pero no quiero facilitar mi ida siendo despanzurrado por Aramis o Rochefort.

--Bien, de todas maneras necesito un criado que me ayude en el camino.

--Adelante hay una venta donde pasaremos la noche. Este camino solo lo conocen los contrabandistas. Dejad que pregunte a ver si hay un valiente dispuesto a ir con usted hasta la Nueva España.

La venta era una posada de mala muerte llena de tipos con caras patibularias, fugitivos del garrote les llamaba Macanas. Todos parecían conocer al gitano pues lo saludaron amablemente.

--¡No os habéis muerto Lucas!

--¡Ea Macanas! Que oí que los corchetes os buscan.

--¡Y también la inquisición!

--Va a haber chicharroniza!

Macanas me sentó en una esquina obscura del cuarto común mientras hablaba con sus conocidos.

Eventualmente Lucas regresó. Lo acompañaba un individuo rechoncho, lamparoso, y bajo.

--El amigo aquí está dispuesto a entrar en vuestro servicio --me dijo Macanas--. Os sugiero que habléis con él a ver que os parece.

--¿Lo conocéis? --pregunte, viendo con escepticismo al hombre.

--Es primo lejano del compadre de mi compadre --explicó Macanas--. Pero dan buenas recomendaciones acerca de él.

--¡A ver! Acérquese buen hombre --le dije ofreciéndole la bota. El hombre aceptó gustoso el ofrecimiento y se sentó frente a mí.

--Estoy dispuesto a servir a su señoría. Pero…

--¿Pero qué?

--¿No le importaría a su señoría contestarme una pregunta?

--El señor no va a revelar su nombre --le explicó Macanas--. Es, sin embargo, un hidalgo y cristiano viejo.

--Bueno, yo también soy cristiano viejo.

El fulano tenia, sin embargo, tal pinta que no dudaba que tenía ancestros que no comían tocino.  Pero, ¿quién era yo para tirar la primera piedra?

--Pero no –continuo el fulano--, no quiero saber detalles sobre adonde va el caballero o por qué. Solo quisiera saber si es aficionado a las lecturas, específicamente de libros de caballería. 

--¿Libros de caballería? –le pregunte atónito.

--Vera, su señoría, yo estaba al servicio de otro hidalgo, cristiano viejo también, pero este enloqueció leyendo libros de caballería. Yo le seguí la corriente pues mi esposa pensaba que mi amo nos heredaría bien al morir. Tal sucedió hace poco. Pero desafortunadamente ¡por toda herencia recibí los mismos libros de caballería que enloquecieron a mi amo! Mi esposa me aventó a la testa un Amadis de Gaula y me abandonó. Francamente no la culpo. Si supiera usted todas las desventuras que sufrí siguiendo a ese infeliz loco ¡y pensar que por toda recompensa recibí unos libracos malditos! 

--No os preocupéis por eso.  Yo solo leo cartas de navegación pues he sido almirante y he tenido 5,000 galeras a mi mando.

--Pues mis respetos, señor almirante, pero con su venia tengo que saber también que clase de adversarios tiene vuecencia.  ¿No hay gigantes entre vuestros enemigos? ¿O va acaso a rescatar a princesas encantadas?

--Todos mis muchos enemigos son de carne y hueso –aclaré--. E infantas solo las he visto en la corte y todas son bigotonas y con el labio austriaco. No valen la pena arriesgar el pellejo para rescatarlas.

--El caballero os recompensara bien --dijo Macanas.

--¿El señor almirante me hará acaso gobernador de una ínsula?

--No os prometo tal cosa. Pero la ocasión, que pintan calva, bien podría dar pie a que os de tal gracia.

--¿En serio?

--Mirad, buen hombre, os sincerare con vos.  Aquí en estas Españas no llueven reinos de los cielos.  No os puedo prometer en tal caso un condado o que se yo.  Sin embargo, dejadme recordaros las palabras que le dijo Cortes al mismo emperador don Carlos cuando este lo había desconocido: “¿Qué quién soy?  Sabed que yo he dado a su señoría mas reinos que ciudades os heredaron vuestros abuelos”.  De ahí entonces que si en verdad queréis ser gobernador de una ínsula lo mejor sería si me seguís a las Indias, donde en verdad los reinos son más abundantes que las pulgas en los perros.  Hay, sin embargo, muchísimos peligros para llegar.  Es temporada de tifones en el Caribe.  Y ahí abundan los piratas y corsarios.  Y si, me siguen la huella diversos y peligrosísimos enemigos.  ¿Aun así queréis seguirme entonces?

El hombre sacudió su cabeza.

--¡Santo Dios!  ¡Entonces se juega el pellejo!

Punto a su favor.  Por lo menos el fulano no era totalmente imbécil.

--Idos si lo que os ofrezco no os apetece.  Sabed, sin embargo, que sí, es solo cuestión de suerte y vos podéis acabar de señor de un reino en las Indias, con cientos de indias desnudas haciéndoos piojito y dándoos a beber ese brebaje que ellos llaman chocolate y que os darán a beber en tarros de oro, igual que hacia el tal Moctezuma.

Los ojos del fulano brillaron.

--¡Sea!  ¡Una ínsula así bien vale arriesgar el pellejo!  ¡Si vuecencia me toma, yo Sancho Panza seré vuestro más fiel escudero!

Y fue así como este fulano, Sancho, entro a mi servicio.

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