Wednesday, July 20, 2011

XLI. La Tertulia

Donde don Lorenzo tiene una conversación interesante en una pulquería.

Ciudad de Méjico, 1682

A veces, Lorenzo Ixtlilxóchitl, te es difícil seguir en vuestro papel de un simple mozo.  Cuando visteis entrar al inquisidor Montoya a la sala pública del convento donde Sor Juana sostenía sus tertulias tuvisteis dificultad en controlarte.  ¿Quién te puede culpar, Lorenzo Ixtlilxóchitl?  Fue solo a través de tu entrenamiento que os pudiste mantenerte ecuánime.

Afortunadamente el inquisidor ni siquiera se digno observarte.  Después de todo, Lorenzo Ixtlilxóchitl, eres tan solo un criado, no importas para estos altos prelados.  O, para el caso, para cualquier español, pues peninsular que cae en la Nueva España ya se siente con derecho a encomiendas y gobernanza sobre una republica de indios. 

El inquisidor no recordó como os lo habíais encontrado en “La Hermandad Blanca” y como habíais salido huyendo de ahí en cuanto vistes sus hábitos de dominico.

Posteriormente pudisteis comunicaros con doña Xochitl, vuestra antigua maestra.  Era evidente que la Inquisición ya les había echado el ojo.  El fulano ese que llamaban el “sosteniente” Torres se la pasaba cerquita, vestido de arriero, vigilando la tienda. 

Afortunadamente Torres era demasiado torpe y bien conocido para engañar a alguien.  Aun así, le advertisteis a doña Xochitl que se fuera con cautela, que no atrajera la atención, cosa obviamente imposible. 

--¿Qué hacemos alteza? –preguntó Xochitl.

--Le puedo dar chicharrón a Torres.  Me sería muy fácil. 

--¡Válgame Dios!  Ojala no sea necesario.  Además atraería la atención de la Inquisición aun mas.

--En tal caso, vaya planeando cerrar el lugar y evacuar.  Sera mejor si se va a refugiar a Texcoco.  Este inquisidor me está llenando el buche de piedritas.

--¿Y si no me quiero ir?

Bien conocéis que a veces doña Xochitl es terca, Lorenzo Ixtlilxóchitl.

--¡Pero es que vuestra vida está en peligro y no solo eso, el toltecayototl también!

--Sabe, alteza, le confesare algo.  Hace muchos años los dioses anunciaron que el toltecayototl peligraba.  Fue cuando usted era solo un jovencito y yo una chamaca pendeja.  Y sin embargo, mírenos vuecencia aquí ya pintando canas y como el toltecayototl sigue vivito y coleando y a salvo allá en Texcoco.

--¿Eso dijeron los dioses?  No sabía.

--Por supuesto que no.  Se supone que era un secreto que mi padre compartió solo conmigo y con don Eusebio.  Y ambos ya son finados.

--¿Qué clase de peligro?

Xochitl alzo los brazos en desesperación. 

--¡Qué diablos voy a saber yo!  Cuando fui al Coatzacoalcos me empeyote, me encuere, y me pinte toda y fue cuando oí tal vez la voz de Quetzalcoatl o tal vez de Huichilobos.  Vera, alteza, el fulano no tuvo la gentileza de presentarse, usted sabe, “hola, soy Quetzalcoatl, doña Xochitl…aquí en este teocalli tiene usted su casa…¿gusta un chocolatito?”.  El caso es que el señor dijo que el toltecayototl iba a peligrar.  ¡Y niguas!  Y sabe, alteza, igual le dijo la Tonantzin a mi padre.

--Esa señora parece chachalaca y le habla a cualquier indio jodido que pasa por el Tepeyac.

--En efecto, es por eso que cada día creo menos en los dioses.

En eso un relámpago ilumino la tienda, seguido por el estruendo de rayo.

--Tlaloc –dijo Lorenzo lacónicamente.

Xochitl suspiró.  –O tal vez sea tan solo la llegada de las lluvias, alteza.  La naturaleza tiene sus reglas.  Podemos conocerlas.

--Habláis igual que mi patrona, Sor Juana.

En fin, concluisteis, Lorenzo Ixtlilxóchitl, si los curas los levantaban a todos pos así lo quiere Dios o los dioses y que le va uno a hacer.  Sin embargo, las nuevas que os dio Xochitl y el evidente interés de la inquisición os pusieron en guardia.  Si arrestaban a Xochitl, bien sabíais, podían hacerla revelar los secretos de la Hermandad.  El que cae en las manos de la inquisición siempre revelara sus secretos.

Pero después del susto que te dio ver entrar al inquisidor tal vez lo peor fue aguantar a don Carlos Sigüenza y Góngora, tan amigo que es de tu patrona Sor Juana, decir tanta idiotez.  Que si Teotihuacán (ruinas junto a las cuales tu crecisteis y en donde jugasteis de niño) fue fundada por exiliados de la Atlántida o que si fue fundada por una de las tribus perdidas de Israel o por los chinos o qué se yo.  ¿Quién te podía culpar si a veces te daban ganas de romperle en la jeta a don Carlos la botella de vino que servías?

Y es que ver la manera en que la gachupinada manoseaba sin cuidado las tablillas que don Carlos había descubierto era de espantar.  Pudisteis reconocer algo de los caracteres grabados en las tablillas.  Cada tablilla traía una fecha basada en la cuenta larga de la numerología maya.  Se trataban tal vez de decretos o edictos de algún rey olvidado de la ciudad donde los hombres se hacían dioses.  Y eran estas tablillas tan frágiles que si uno de estos fulanos la dejaba caer se romperían en mil pedazos.  Mucho te costo controlarte y no arrancárselas de las manos.

Gracias a Dios tu patrona, Sor Juana metió al orden a la concurrencia.

--¡Por favor, señores!  ¡Mirad lo frágiles que son estas reliquias!  Vamos, se os pueden quebrar en vuestras manos.  Ponedlas, os suplico, aquí mejor sobre esta mesa y así las podéis observar a detalle sin tocarlas.

Seguramente te hubieras aguantado tu muina, Lorenzo Ixtlilxóchitl, sin más problema.  Después de todo casi toda tu vida habíais tenido que hacerlo  Parecía que ese era tu destino, callar y servir, en secreto, a no ser por lo que paso después.

Y es que mientras le rellenabas el vaso de vino al inquisidor se te ocurrió que bien podríais envenenar al hideputa.  La patrona tenía un laboratorio ahí juntito al salón.  Varias veces tu mismo, Lorenzo Ixtlilxóchitl, la habías ayudado en sus experimentos, quesque para encontrar una quimera que ella llamaba la piedra filosofal.  (Todavía no os crecían del todo las cejas de la última vez que el alambique prendió fuego y te chamusco.)  Y en ese laboratorio, bien sabíais Lorenzo Ixtlilxóchitl, se almacenaban venenos tan poderosos que podrían mandar a medio mundo al otro mundo.

Solo te tomo un par de minutos ir al laboratorio y preparar un veneno que pusisteis en un vaso de rioja.  El inquisidor, que aparentemente estaba disfrutando de la tertulia, chupaba como murciélago.  En cuanto pidiera mas vino le pasarías el vaso con el veneno.

Fue entonces que el hombre que acompañaba al inquisidor, un fulano con cara de cabrón que se hacía llamar el conde de la legión te quito el vaso de las manos.  Vistes con ojos desorbitados como el fulano se tomo todo el vaso de un trago.  Pero no cayó muerto como lo haría cualquier mortal.  Peor, el fulano sonrió y te murmuro unas palabras que helaron tus venas: “…don Lorenzo Ixtlilxóchitl, si su alteza va a envenenar al inquisidor os suplico que no lo hagáis aquí pues comprometeréis a vuestra patrona y eso no me apetece...” 

Eso fue el acabose.  Temblando, os excusaste con la patrona.  Adujiste un dolor de muelas, cosa que ella bien entendía pues siempre se estaba quejando de las suyas, y os hicisteis escaso y entrasteis a la primera pulquería que encontrasteis.

--Dadme un curado del fuerte, carajos –le dijisteis al jicarero poniendo unos cobres en la mesa.

--¿Mal día patrón?

--De la chingada.  Creo que vide al diablo.

--Pos al rato lo vuelve a ver, patrón, –contesto el jicarero poniéndote una jícara rebosante enfrente del rey— es buen cliente.  Suele venir aquí los sábados.  Ya que lo vea oste me lo saluda.

Apurasteis la jícara con gusto, alteza, mientras maldecíais la terquedad de Xochitl, a los amigos de vuestra patrona, y al diablo, sin saber a ciencia cierta cuál de los males era el peor.

Pero vuestros males no acabaron ahí.  Ante vos, sin pedir venia, se sentaron dos fulanos toscotes.

--Oste es Lorenzo Ixtlilxochitl, el criado de Sor Juana –dijo uno de ellos.

--¿Y que con ello señores?

Los hombres mostraron su charola.  Eran sicarios PGR. 

--El compañero tiene por apodo el Osito y a mí me llaman el Faisán.

--Pos mucho gusto, señores.  Con su permiso yo tengo otro compromiso.

--No se vaya don Lorenzo.  Esto viene en buena lid.  ¿Quiere otra jícara?

--No gracias, caballeros.  Yo solo acostumbro tomarme una y eso muy de vez en cuando.

El Osito hizo una señal pidiendo dos jícaras al cantinero.  También le mostraron sus charolas y el cantinero se apresuro a servirles.

--¿Cuánto le debemos?

--Cortesía de la casa, señores –dijo el cantinero.

--Ah bien --gruño el Osito sonriendo.

--Si no va a tomar con los probes, don Lorenzo, entonces permítanos brindar a su salud y a la de Sor Juana.

--Se les agradece el honor, caballeros –dijisteis lacónicamente.

--Mire, don Lorenzo –dijo con voz queda el Faisán--.  Los indios nos tenemos que cuidar, de los gachupines, ¿no cree usted?

--Si me vienen a sonsacar para que hable mal del virrey o de España o de los curas, pierden su tiempo señores.

--Te dije que no era pendejo, compadre –dijo el Faisan sotto voce.

--Jijos, don Lorenzo, oste nos malinterpreta.  No hay derecho, uno viene de buena ley –dijo el osito apurándose toda la jícara de golpe y luego limpiándose las babas con las mangas de su camisa y haciéndole una señal al cantinero que le trajera otra.

--En tal caso estoy a sus órdenes, ¿en qué les puedo servir?

El Faisán por su parte bebía con más mesura.  El Osito ya iba en su segunda jícara y se había puesto sentimental.

--¿Oste cree que a mí me gusta andar de cabrón?  Por esta cruz que si su servidor no hubiera nacido probe yo hubiera estudiado y hasta seria bachiller o que se yo, licenciado o cura o obispo.

--O tal vez papa –dijo con sorna su compadre--.  Imaginaos al papa Osito I allá en Roma.  ¡Y el huesote que me tocaría!

--Eso se puede interpretar como hablar mal de la santa iglesia de Cristo, señores –les dijo Lorenzo.

--Sea –dijo el Osito eructando sonoramente--.  Le decía, don Lorenzo, que venimos en buena ley, a darle un mensaje.

--Pues abreviemos, señores.

--Nada, don Lorenzo, solo para decirle que le advierta a su patrona que se ande de-re-chi-ta, ¿entiende?

--¿Mi patrona?  Pero pos ella solo se dedica a sus rollos científicos.  Y cada cosa que descubre o escribe se lo muestra al virrey mismo.

--Es que la neta, don Lorenzo, el inquisidor, Montoya, le tiene mucha envidia o algo.  Le anda buscando hacerle daño.

--Pa mi que Montoya quiere con ella.  La monjita esta guapita.

--¡Oiga señor, respete! –exclamó Lorenzo.

--No le haga caso a mi compadre –intervino el Faisán--.  Ya se le subió el neutle. Escuche, don Lorenzo, el cabrón gachupin ese si es muy ambicioso.  Ese si quiere ser papa.  Se le hace muy chiquita la Nueva España.

--¿Y eso os parece mal?

--Solo si el cabrón busca ganarse su reputación quemando indios. 

--O a la monjita, ¡salud! –dijo el Osito tomándose su tercera jícara.

--¿Y que de Torres? –les preguntasteis Lorenzo Ixtlilxóchitl.  Tal vez era la jícara que os habíais tomado pero de inmediato supisteis que habíais cometido un error.

--¿Qué de qué? –preguntó el Faisán quedamente.

--Se la pasa en la calle de la Moneda vestido de arriero vigilando a lo pendejo.

--Ah, ese pendejo, no tiene importancia don Lorenzo.  Al ratón lo quitan de ahí.

--¿Seguro? –preguntasteis mientras sabíais que estabais cavando más profunda vuestra tumba y una voz interna os gritaba que os callaras el hocico.

--Seguro –dijo el Osito--.  Montoya anda persiguiendo fantasmas, quesque una hermandad blanca o que se yo.

Sin embargo, el Faisán, que todavía estaba en sus cinco se le quedo viendo fijamente a Lorenzo y le murmuro:

--Tal vez sea cuento.  El caso es que uno oye muchos rumores en la calle, especialmente rollos que se traen los arrieros que vienen de Texcoco. 

--La gente habla mucho señores, y sin fundamento.  En fin, gracias por el norte, señores, le hare saber a mi patrona su advertencia.  Ahora con su permiso me retiro.

--Váyase por la sombrita, don Lorenzo –os dijo el Faisán y sentisteis los ojos del hombre taladrándote vuestras espaldas.

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