Monday, July 18, 2011

XLIII. El Rey Busca Consejo

“El capitán prudente aprovecha toda arma que le cae a la mano; no desaprovecha ninguna oportunidad ni desprecia ayuda alguna.” – memorias de Tlacaelel, ministro del tlatoani (manuscrito en papel amate que reside en el Tetzacualco)

“Escoged el plan mas sencillo.” – Dichos del Rey Topiltzin Quetzalcoatl, señor de Tollan  (manuscrito en papel amate que reside en el Tetzacualco)

Monte Tlaloc – 1682

La junta ha sido convocada en un salón del Tetzacualco.  Presentes se hallaban Lorenzo, doña Xochitl, don Raúl, y don Armando, este ultimo el abad sucesor de don Eusebio.

--Hermanos y hermana –explica Lorenzo—como les he explicado tengo que llegar a una decisión respecto a este Inquisidor.  Quiero oír vuestros puntos de vista.

--Si buscáis un asesino, el ideal sería el soldado Itzcoatl, cuyo nombre cristiano es Guadalupe.  Es muy ágil.  Ninguna pared lo detiene –explica don Raúl--.  El bien podría meterse a la casa de este inquisidor y acabar con él en un minuto.

--El fulano tiene una ronda de sus guardias alrededor de su palacio –aclara Lorenzo.

--Itzcoatl podría entrar de todas maneras –insiste don Raúl--.  ¿Cuántos son?

--Por lo general siempre tiene diez hombres y un sargento vigilando, las 24 horas, todos con alabardas.  La inquisición sabe que Montoya debe muchas y lo protege.

Don Raúl lo medita por un momento.

--En tal caso se necesitaría crear una distracción previa, tal vez un pleito de borrachos, para distraer a algunos de estos.  Eso se puede simular.

Lorenzo sacude la cabeza.

--En tal caso se va haciendo más barroco el plan, don Raúl.  Necesito algo sencillo.  Si Itzcoatl puede entrar solo, mejor, pero si no es así no tiene caso intentarlo.  Doña Xochitl, ¿habría manera de darle chicharrón con algún menjurje?

--Me temo que lo que he inquirido acerca de su salud me indica que esta fuerte como un roble –aporta doña Xochitl--.  Su único mal son las migrañas al parecer.

--¿Seria posible simular un ataque al corazón o un derrame cerebral? –pregunta el rey.

--Tengo yerbas que tal harían, si –contesta Xochitl--.  El problema sería como ponerlo en su comida.  Los criados de la casa son viejos y fieles, de tiempo de su predecesor.

--El hombre casi no varía su rutina –contribuye don Armando--.  Sale en las mañanas rumbo al santo oficio muy de mañana y regresa ya pardeando la tarde.   Los domingos se la pasa en catedral oyendo misa.  Pocas veces deambula por el centro.

--Hay mucha gente ahí y muchos alabarderos y guardias de palacio como para poder enterrarle un cuchillo con éxito –concluye Lorenzo.

--¿Y el santo oficio en sí? –pregunta don Armando.

--¿Qué con él?

--Solo hay una guardia a la entrada.  Enfrente esta la iglesia dominica y una plaza muy concurrida –explica don Armando.

--¿Hay algún acceso al palacio?

Xochitl sacudió la cabeza.

--Busque en los archivos que tenemos de la construcción.  No, me temo que a diferencia de la mayoría de los palacios del centro este no tiene ningún túnel de acceso.  Sin embargo, el túnel que salía de la Casa Negra rumbo a Tlatelolco pasa bajo de este.  Pero el acceso desde la yerberia ya no existe.  Se derrumbó.

Lorenzo juró quedamente.

--Lastima que no le di chicharrón en la tertulia de mi patrona.

--¿Lo tuvisteis cerca, alteza? –pregunta Xochitl.

--Si, e intente asesinarlo, sin éxito –Lorenzo palidece al recordar al conde bebiéndose el rioja envenenado--.  No os daré detalles.  Todavía no puedo creer lo que vide.

--¿Y que de Sor Juana vuestra patrona?

--¿Qué con ella?  La vigila el Santo Oficio, tengo de buena fuente.  ¿Ustedes creen?

--¿Iría en persona Montoya a arrestarla?

--Seguramente.  Es una persona de gran renombre.  No creo que el Inquisidor sea tan estúpido de tocarla.  No, mi patrona se mete en broncas teológicas, si, con el arzobispo.  Pero de ahí a que la quieran quemar lo dudo.  Eso nunca pasara.

Xochitl se paró y se puso a caminar alrededor de la habitación.

--Asumamos que el Inquisidor me arresta bien a mi o a don Lorenzo o a alguien más que sabe de la Hermandad.  Aceptemos también que si eso ocurre entonces hablaremos.

--Domínguez no habló –añadió don Raúl.

--Domínguez era caballero águila y trabajaba encubierto, como curandero.  Era muy hombre, no hay duda, aunque cometimos el error de haberlo dejado en esa labor demasiados años.  Agarro el vicio del alcohol y se volvió imprudente.  En fin, fue valiente, no dudo que este ya en el Mictlan con sus viejos.  Yo prefiero confiar en esto –dijo Lorenzo mostrándoles una bolsa con unas pastillas--.  En caso de verme perdido tomare una.  Doña Xochitl me dice que son de rápido actuar.

Xochitl agarro una de ellas y la olio.  Luego, ante los ojos asombrados de todos la mordió.

--¡No! –gritó Lorenzo.

Xochitl se rio. 

--Están ya caducas alteza.  El olor cambio.  A lo más que me darán será diarrea.

--¡Válgame Dios!  -juró Lorenzo.

--Esto demuestra que siempre hay un prietito en el arroz, caballeros –dijo Xochitl--.  Repito, asumamos que el Inquisidor de alguna manera captura a uno de nosotros y nos extrae la localización de este lugar.  ¿Qué creéis que ocurriría entonces.

Lorenzo meditó por un momento.

--Si el hombre ese es ansina de ambicioso como se reputa seguramente ira a ver al virrey y hará un escándalo.

--Si –observó don Armando—ya me parece oír como denuncia un nido de herejía e idolatría.  Y si se trata de lo que los gachupines consideran “indios levantiscos y rebeldes” se va a alborotar la gallera.  Tal parece que ya les han llegado a sus oídos rumores de nuestra existencia.  No dudo que de inmediato se pondrían en pie de guerra.

--Pos si lo semos indios levantisco –se rio Xochitl.

--El virrey mandaría soldados –continuo don Raúl—de eso no me cabe duda.  Estimo que puede disponer de unos 200 de inmediato y de unas espingardas que vide en palacio que bien podrían subir la montaña.  Además, la corona tiene la lealtad de varios caciques que le proveerían de guerreros y tropas auxiliares.  Asumamos un total de 500 adversarios.

--El Tetzacualco tiene paredes gruesas y cuenta con un pozo para obtener agua.  Nos rendirían por hambre –explica don Armando.

--No.  Seria por medio de un asalto.  A lo más tengo solo cincuenta hombres –explica don Raúl—y sus monjes no son hombres de guerra don Armando.  Mis soldados son muy poquitos para el perímetro que hay que guarecer.  Si los de Castilla logran subir piezas de montaña podrían abrir varias brechas y entrar.

--Me estáis diciendo que el Tetzacualco es indefendible –concluyó Lorenzo.

--Ante las fuerzas del virrey, si, alteza –contesta don Raúl.

--Los tendremos que detener antes, en el mal país –apunto Lorenzo.

--Pero, señores –dice Xochitl—creo que os estáis olvidando de algo muy importante.  ¿Os acordáis de Xiucoatl?  ¿Qué decía él?  ¿Qué no valía la pena defender unos papeles viejos?

--Exactamente ¿Qué queréis decir doña Xochitl? –pregunta don Armando.

--El Toltecayototl tiene su función, despertar a Anahuac en un futuro que ni siquiera podemos imaginarnos, si.  Y lo que tememos es que “lo que está oculto sea revelado” como me dijo el Dios en el Coatzacoalcos, ¿verdad?  ¿Y qué si lo es?

--No os entiendo –admite Lorenzo.

--No todos los españoles son como Montoya.  Acordaos de don Eusebio.  El Toltecayototl seguirá siendo solamente papeles viejos que no benefician a nadie mientras los tengamos aquí arrumbados. 

--¿Y qué sugerís?

--Sabemos de qué pata cojean tanto Sor Juana como don Carlos.

--¿Ese imbécil? –espetó Lorenzo.

--Alteza, el hombre es renombrado por su erudición.  Si bien anda diciendo que Teotihuacán es colonia de la Atlántida y otras burradas.  ¡Imagínese lo que contribuiría si lo corregimos! –Xochitl se rio--.  Señores, no me cabe la menor duda: el Toltecayototl, las observaciones astronómicas por lo menos, deben de ser puestas en manos de estos dos fulanos, Sor Juana y don Carlos.

-­-¿Y con qué objeto?  --espetó don Armando--.  ¡Son gachupines!

--¿En verdad?  --se volvió a reír Xochitl--.  Déjenme citarles lo que escribió la monjita: “¿Qué hechizo derramaron entre mis letras los indios herbolarios de mi patria?”  No, señores, la monjita es mexicana, criolla, si, pero mexicana.  Y el Toltecayototl,  ¿para quién lo hemos estado conservando y protegiendo con lágrimas y con sangre sino para los mexicanos?  Si la información astronómica llega a manos de Sor Juana y ella es, como decís, demasiado importante para que la toque el Inquisidor, entonces esa parte del legado, por lo menos, estará a salvo.  Por lo menos mientras ostedes los hombres se afiguran como enterrarle un alfanje en el buche a Montoya.

--¡Ridículo!  --exclamó Lorenzo con enojo.

--Alteza, ¿acaso os habéis olvidado lo que os encargó mi padre?

Lorenzo sacudió su cabeza.   Hubo un silencio de varios minutos.  Finalmente Lorenzo admitió a regañadientes:

--Don Diego me encargo que revelara el Toltecayototl a Sor Juana.  Decía que solo un intelecto de ese calibre podría sacarle provecho.

-- Pues haced tal, alteza –sugirió quedamente Xochitl--.  Mientras, don Raúl se puede avocar a la tarea de ver cómo le damos chicharrón al Inquisidor.  Muerto el perro se acaba la rabia.

Sin decir una palabra más Lorenzo abandono la sala.  Los consejeros mantuvieron un silencio incomodo por unos momentos y luego salieron también.

Xochitl se fue tras de Lorenzo.

--Alteza, no fue mi intención avergonzaros.

--El problema con vos, Xochitl, es que me conocéis demasiado bien.  Diablos, ¿Qué no puedo tener secretos como los tienen los otros reyes?

--Para mí no tenéis ninguno, alteza, bien lo sabéis.

--Sea, mujer, hablare con Sor Juana, le contare todo.  Pero, escuchad, no le diré nada a don Carlos a menos que la monja me lo pida.  Vuestro padre solo hablo de Sor Juana y no dijo nada de don Carlos.

Xochitl lo besó.

--¿Y eso?

--Gracias por no sacrificar a Itzcoatl.

La pareja había llegado hasta el gimnasio.  Ahí un joven alto y musculoso practicaba defendiéndose, con éxito, de dos adversarios a la vez.  Xochitl y Lorenzo lo observaban desde una esquina.

--No me malinterpretéis, mujer.  Si tuviera que sacrificarlo, para salvar el Toltecayototl, lo haría.  Pero tened la seguridad que yo me habría sacrificado ya antes.

Xochitl lo volvió a besar.

--Mirad a Itzcoatl, alteza, ¡es formidable!

--¿Y por qué no iba a serlo si es nuestro hijo?  Ciertamente sería mejor rey que yo.  A mí a cada rato me rompían la jeta con la macana.

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