Tuesday, July 26, 2011

XXXV. Consagradlo y Amadlo

Donde el rey, don Lorenzo, recibe un nuevo tipo de lección.

Cerro Tlaloc, 1654

En la cima del Tlaloc el tiempo pasa rápido, tan solo marcado por los monjes astrónomos que observaban como el sol se alzaba justamente sobre La Malinche y otros picos en una fecha específica.  Las fechas eran entonces cotejadas con las predichas en las tablas de papel de amate.  Y siempre coincidían.

El entrenamiento militar que recibió Lorenzo no solo era acondicionamiento físico y uso de las armas sino que también tenía otras dimensiones.

--Señores –comenzó don Raúl--.  En unas semanas más habréis concluido vuestro entrenamiento.  Os recibí como unos muchachos enclenques y ahora sois hombres.  Yo os he enseñado como matar y sobrevivir y vuestros otros maestros os han enseñado el valor y belleza de la vida e instruido en la sabiduría de vuestros ancestros.

Los siete muchachos estaban alineados frente a su capitán en el edificio que servía de gimnasio.  Afuera el viento arreciaba y la nieve caía en forma horizontal, amenazando con sepultar todo el complejo.  Para alivio de todos, el suplicio diario de La Vida había sido interrumpido por el mal tiempo.  El correr casi desnudos por el cerro en medio de tal tormenta hubiera sido una locura.

--En la antigüedad –continuo don Raúl--.  Los caballeros águila eran la vanguardia del ejército, los exploradores.   Como tal, su misión era identificar la localización del enemigo, hacia donde se dirige si esta en movimiento, con cuantos efectivos cuenta, que intenciones  aparenta tener.  ¿Preguntas?

Xiucoatl levantó la mano.

--Hablad, Xiucoatl –ordenó don Raúl.

--Pero ahora solo somos guardias, capitán.

--“Somos”, soldado Xiucoatl, me suena a manada.  Ustedes todavía no son caballeros águila.  ¡No llegan ni a macehuales!  Sin embargo, vuestra inquietud es válida, soldado Xiucoatl.  Además, demuestra el espíritu que debéis tener.  Observad señores como el soldado Xiucoatl presenta una pregunta para explorar el terreno.  Pero este es un frente y no es su verdadera pregunta.  Para mí es obvio que tiene otras intenciones: cuestionar nuestra misión.  ¿No es así Xiucoatl?

--No, capitán, perdón, digo…no se –dijo Xiucoatl.

--El caballero águila habla con el corazón en la mano, soldado Xiucoatl.  Decid lo que pensáis, cual hombre.  ¿Cuestionáis nuestra misión?  No incurrís en nada malo al hacerlo.  El caballero águila no debe estar atado a un patrón dogmatico.  Si la misión debe cambiar, ¡pues sea!  El estar atado a un plan nos hace predecibles y solo le facilita las cosas al enemigo.  Que sea él el que se preocupe por lo que os atreveríais a hacer y no al contrario.  ¡Hablad Xiucoatl!

Xiucoatl estaba obviamente alterado.

--Mi capitán, con todo respeto, solo nos veo como guardianes de un montón de papeles viejos arriba de un cerro pelón y frio.

El silencio era sepulcral.  Don Raúl se plantó frente al muchacho.  Este estaba rojo y había empezado a sudar a pesar del frio.

--¡Ja!  No os culpo, soldado Xiucoatl –dijo después de varios minutos don Raúl--.  Verán, soldados, les había dicho que los caballeros águila eran la vanguardia.  Decidme, soldados, ¿habéis visto como vuestros padres o hermanos mayores desaparecen de tiempo en tiempo, a veces por meses?

Se oyeron varios murmullos de afirmativos.  Mientras Xiucoatl respiró con alivio. 

--Nuestra misión como exploradores continúa.  Seguimos identificando al enemigo, marcando su localización, documentando su rumbo aparente, y operando contra él en cuanto las circunstancias nos son favorables.

Es por ello que vuestros padres bajan y se encubren como simples campesinos, arrieros, a veces como caciques de republicas de indios o como curanderos y también como monjes y curas, que se yo, y mantienen los oídos y los ojos muy abiertos, atentos a cualquier peligro contra “los papeles viejos” que menciono el soldado Xiucoatl. 

Os relatare un ejemplo de lo que hablo. En 1599 el oidor Medina había concebido la idea de que había que volver mandar soldados a la cima del Tlaloc, quesque tal vez aquí estaba el maldito tesoro de Cuauhtemoc.  Tal noticia llegó a oídos de la Hermandad Blanca.  Solo os diré que el oidor Medina sufrió un desafortunado accidente mientras montaba a caballo y ya no hubo tal expedición. 

Así, os puedo detallar muchas historias más, incluyendo como los que han abjurado de la Hermandad, y han habido muchos, han sido silenciados en forma rápida y eficiente por un caballero águila.  Y también muchas veces hemos sido mandados en misiones para obtener, por las buenas o por las malas, un “papel viejo” que está en peligro de ser quemado por un cura o español o hasta indígena intolerante y bruto.

¿Qué cualidades se buscan entonces en los caballeros águila?  Primero, paciencia y sutileza para planear a detalle un “accidente” necesario o el robo de un manuscrito.  Segundo, iniciativa.  El caballero águila, como cualquier otro explorador, tiene que actuar en forma autónoma y guiado tan solo por el principio fundamental: defender el toltecayototl con todos los medios posibles, sin importar el costo.

Hoy y mañana se os excusara de vuestro entrenamiento para que meditéis sobre esta misión.  Si no os creéis capacitados para asumirla hacédmelo saber; estaré en mi aposento.  Es común que uno o varios de ustedes cambien de parecer.  En tales casos no os deshonráis al tomar tal decisión.  La Hermandad os puede encontrar otras misiones como copista o tlacuilo.  Trabajo sobra.  Idos ya.

La formación se disolvió y los muchachos se dirigieron al dormitorio.  A diferencia de los otros, Lorenzo, por vuestra calidad de soberano, tenéis vuestro propio aposento y no dormís en un cuarto comun.  Entráis a vuestro cuarto y prendéis un anafre con unos carbones pues el frio penetra hasta los huesos.  Luego os cubrís con una cobija y os sentáis en un catre que es todo el mobiliario de vuestro espartano dormitorio real.  Titiritáis de frio.  Tratáis de concentraros en lo que os dijo don Raúl, sin éxito, y eventualmente caéis dormido.

Unos toquidos en vuestra puerta os despiertan.  Los carbones del anafre ya han sido consumidos.  El frio cala.  Por vuestra única ventana notáis que ya es de noche.  Abrís la puerta.  Ante vos está Xochitl.

--¿Maestra?

--Permitidme entrar, alteza.

Tal hacéis y ella se apresura a entrar y cierra la puerta tras de sí.  La mujer ve con curiosidad la habitación espartana y sonrie.  El único adorno es vuestro yelmo y macana y peto que cuelgan de una pared.  La mujer se arrodilla frente al anafre y atiza el fuego.  Porta una bata y notáis sus pies pequeños, bien formados, desnudos.

--Maestra…

La mujer os calla la boca con un dedo.  Sin decir palabra alguna se para ante ti y se quita la bata.  La luz de la luna se refleja en su cuerpo desnudo.

--Hay otros artes que un rey debe saber, alteza –os dice con vos queda.

Mientras tanto, en el corredor, una sombra murmura una maldición.

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