Wednesday, August 31, 2011

Los Prologos

Donde se menciona brevemente al desdichado autor original de esta historia escrita con las patas y donde otros doctos y eruditos personajes dan su testimonio sobre la misma.

1835 - Prologo a Cargo del Autor Original

Al lector:

Yo, Ifigenio Soberanes Balarrasa, capitán del batallón de granaderos de la guardia presidencial, escribo estas líneas mientras me apresto a marchar con el ejército que viajara al norte.  Iremos a un lugar que llaman Tejas donde aparentemente hay una sublevación de filibusteros anglosajones.  Dejo este escrito, una obra que me ha llevado varios años recopilar, en manos de mi compadre con el encargo de que busque su publicación en caso de que no regrese con vida.  Tal posibilidad no me quita el sueño.  Tenemos al frente del ejército al vencedor de Tampico, el invicto general don Antonio López de Santa Anna, y confío en que regresaremos cubiertos de gloria. 

El texto, decía, me ha llevado años recopilar y muchas amarguras.  ¡Cuantas veces he descubierto datos que me han hecho cuestionar mi cordura!  Y aun así he seguido escarbando en archivos polvosos en la universidad, en el arzobispado, y en los estancos de libros y documentos antiguos.  Y esta obra malhecha es, me temo, el resultado.  Espero el lector disculpe sus múltiples faltas pues son las taras que su padre le ha heredado y la infeliz creatura no tiene la culpa de haber nacido bruto.  Es obvio que la pluma no es lo mío y que escribo con las patas pero por alguna razón oscura me veo obligado a escribir estos menesteres e insultar así el buen gusto del lector, al cual le solicito mil disculpas por adelantado.

Juro por mi alma que lo que aquí se asienta es enteramente cierto y tengo la documentación que lo prueba.  Es mas, hace un par de días por pura casualidad mencione a la hermandad blanca en una tertulia en palacio.  Estaba ahí presente un caballero que llaman el Lic. Rugiero[1], muy allegado al general Santa Anna, y este fulano me dio datos y detalles muy interesantes sobre esos amigos que me han ayudado mucho en la preparación de este escrito.  ¡Tal parecía que Rugiero había vivido los hechos que describo!

Bien, suena ya el clarín y yo me retiro.  Que sea lo que Dios dicte.

Capitán Ifigenio Soberanes Balarrasa

1864 - Prologo a Cargo de Don Guillermo Prieto

Me encuentro en algún pueblo polvoso del norte de la republica que ni nombre tiene y que sobrevive a las incursiones de los comanches solamente porque Dios es grande.  Hace un frío de la chingada. 

En el camino llego a mis manos este texto y lo he podido leer mientras la carroza se zangoloteaba de lo lindo y me parecía que Fidel iba a romperse todos sus infelices huesos.  El libro me ha entretenido pero iba a opinar que el autor bien debería de dejar de escribir borracho (cosa que yo se bien rara vez funciona) hasta que recordé un incidente el día que salimos de la capital con los franceses pisándonos los talones.

--Sr. Presidente, ya es hora –le anuncie a don Benito.

--Espérese Prieto, tengo que hacer algo.  Sígame.

Seguí a don Benito por los corredores de palacio nacional.  En los patios las tropas levantaban su impedimenta y entre gritos y mentadas de madre se preparaba la evacuación.  Según nos habían informado las avanzadas francesas habían sido vistas en el peñón.

Llegamos hasta donde había una puerta añeja que parecía no haberse abierto desde tiempos del virrey don Antonio de Mendoza.  Para mi sorpresa don Benito produjo una llave y la puerta se abrió con un chillido tétrico.  Ante nosotros había un corredor que daba a un patio oculto.

--No sabía que esto existía, señor presidente.

--Pocos lo saben Prieto --dijo don Benito deshaciendo telarañas con su bastón para abrirnos paso--, Sígame, y no diga ni una palabra de lo que vera, se lo suplico.

En medio del patio había unos ancianos indígenas esperándonos.  Estos hicieron una reverencia al entrar don Benito y saludaron a don Benito en una lengua indígena que me era inteligible pero que don Benito aparentemente entendía.  Tal vez era zapoteco, no se.  Uno de los viejos sostenía un gallo. 

--Sostenga el gallo don Guillermo, por favor –me indico don Benito.

Hice tal.  El pajarraco era bastante grandote, casi un guajolote.  Me imagino que era uno de los gallos campeones que había criado aquí en palacio Santa Anna.  ¡Comían mejor que los ministros los malditos pajarracos pues Santa Anna solía pasársela chiqueándolos en lugar de atender a los negocios de la republica!  Yo francamente estaba intrigado.  Estos indígenas tenían pinta de curanderos.  ¿Le iban a torcer el pescuezo al pajarraco y lo iban a sacrificar?  Hice planes para asegurarme el cadáver para que me lo hiciera en caldo una de las soldaderas del Supremos Poderes. 

Para mi sorpresa, uno de los ancianos le arranco una pluma de la cola al pajarraco y no molesto más al animal.  Acto seguido la pluma fue depositada en una especie de altar y le derramaron un liquido.  Luego le prendieron fuego a la ofrenda.  Para mi sorpresa una gruesa columna de humo se elevo a los cielos y luego un viento se la llevo al norte.

--Creo que queda claro adonde debo dirigirme: al norte, a tierra de los chichimecas –afirmó don Benito en castellano, tal vez para mi beneficio.  Los ancianos inclinaron la cabeza asintiendo.

Yo todavía sostenía al gallo.

--¿Y que hago con este gallo, don Benito?

--Ah, me temo que usted debe de cuidar de él, don Guillermo.  No deje que le pase nada.  Si tal ocurre, la republica caerá.

A veces me es difícil interpretar cuando Juárez se está burlando de mi, ya ven que puede ser una esfinge.  El caso es que aquí estoy, en casa del diablo, sosteniendo todavía al gallo el cual me ha cagado mas de una levita.  Cuando le pedí mas explicaciones a don Benito este se concreto a decirme que lo que vide eran “cosas de indios” e insistió que por el bien de la republica tenia que cuidar de este animal.  Tal vez sea lo correcto.  Pero ahora me parezco a Pedro, condenado a cuidar del gallo de la pasión hasta que regrese Cristo.  El caso es que ya hasta me encariñe con el animal aunque, a veces, por las hambres, he pensado en hacerlo sopa y al diablo con la republica.   Es entonces que me recuerdo que en nuestro errar hemos sufrido toda clase de peripecias y traiciones y, si seguimos libres, tal vez se deba a la protección de los dioses que esos indígenas ancianos invocaron.  Ya que leí este libro creo que adivino quienes eran esos ancianos a los que don Benito consulto.

Guillermo Prieto

1869 - Prologo a Cargo del General Vicente Riva Palacio

A instancias de mi amigo, don Guillermo Prieto, he leído el texto que aquí se incluye.  Me temo que es una fantasía y esta llena de patrañas.  Hablo con toda autoridad pues tengo en mis manos los archivos de la inquisición y no, nunca hubo un “inquisidor Montoya” ni un asalto al palacio del santo oficio como el que aquí se describe.  Tampoco hay mención de ningún “rey coyote” o semejante en las crónicas de la colonia. 

El autor, un tal Ifigenio Soberanes Balarrasa, aparentemente desapareció en la malhadada expedición a Tejas.  Así pues, el infeliz esta más allá del bien o del mal.  Solo por eso le perdono sus barrabasadas, fruto de una imaginación febril que tal vez fue abonada en exceso por Baco.

General Vicente Riva Palacio

1914 - Prologo a Cargo del General Francisco Villa (dictado a Martín Luis Guzmán)

Por aquellos días, por diferencias con el general Huerta al que el Sr. Madero designo como mi comandante, fui llevado preso en grilletes a la ciudad de Méjico.  Estando ahí, otro preso, que era además maestro de escuela, se apiado de mi ignorancia y pocas luces y me empezó a dar lecciones sobre la historia de Méjico. 

Fue entonces que cayó en mis manos este texto, lleno de hechos de armas, de derramamientos de sangre, y de intrigas y de traiciones.  Y la historia que se cuenta me increpo a seguir leyéndolo a pesar de mi ignorancia de los asuntos de las letras.  Creo que siendo yo también, por los azahares del destino, un hombre de armas tomar, el leer sobre esos menesteres se me hizo fácil y me dio placer.  Poco a poco mi habilidad para la lectura fue mejorando leyendo este texto y los sufrimientos de la prisión se aligeraron. 

Confieso, sin embargo, que creí a veces que el texto era fantasioso y fanfarrón.  ¡Tanto embrollo hay descrito en él que yo se bien podría solucionar en un santiamén con una docena de mis muchachitos! 

Recomiendo entonces sin reserva este texto, sobre todo para que lo lean los presos en las penitenciarias pues el hacerlo será justo castigo a sus delitos además de que les enseñara algo, aunque todavía no se exactamente qué.  Y tal vez seria conveniente, una vez que el pueblo triunfe sobre los que lo explotan, que se encarcele a los malos gobernantes en las penitenciarias para que sean expuestos a este texto.

General Francisco Villa

1980 – Prologo a Cargo de Octavio Paz

El mexicano, laberíntico y barroco, encontrara en esta obra el fiel reflejo de su hechura fantasiosa, onírica, causada por la violación de la madre indígena y razón del resentimiento hacia España.  No tiene mayor merito entonces este texto.  Aduce de múltiples defectos y también denigra la imagen de Sor Juana.  Esta, bien sabemos, aparte de ser la décima musa y gloria de las letras mexicanas, fue también la primera medallista olímpica mexicana, de ahí que se le represente con la medalla que gano en esas competencias.  Todo el embrollo en que en el texto se le involucra es una fantasía sin fundamento histórico y no tiene nada que ver con las justas atléticas en que la musa participo y en los cuales que puso muy alto el nombre de Méjico.  En suma, leer este texto es una perdida de tiempo. 

Octavio Paz

2010 – Mención de este texto en el semanario Desde La Fe, publicado por la arquidiócesis de Méjico.

Anda circulando entre los enemigos de Cristo un documento sobre los secretos de un hereje de ascendencia moruna que bien podría tener nexos con Al Qaeda.  El texto se mofa de la santa madre iglesia y calumnia a la gran institución evangelizadora (porque tal es la naturaleza de los hombres que solo con sangre la religión entra) que fue el Tribunal del Santo Oficio o inquisición. 

Es la opinión de la más alta jerarquía eclesiástica de la iglesia mexicana que esa institución debería volver a ser implantada, sobretodo para asegurar la tranquilidad y perpetuidad del régimen que Dios, en su infinita sabiduría, le endilgo a los mexicanos. 

Su eminencia, el excelentísimo arzobispo don Perberto Rivera ha escrito a su santidad el papa solicitando que se reimplante el Santo Oficio, aprovechando que ahora regentea a Méjico un gobierno clerical y de derecha.  Hacemos votos para que Dios de fe de su amor a los mexicanos e ilumine a Su Santidad para que así lo ordene en un futuro no lejano.  En ese día ansiado, los enemigos de Dios y de las instituciones volverán a recibir el justo castigo a sus pecados que el Tribunal del Santo Oficio les impondrá.

Hugo Maldemar – Vocero del Arzobispado


[1] El licenciado Rugiero es el chamuco en el Fistol del Diablo de don Manuel Payno.

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