Donde Juana discute con un fraile anciano sobre la naturaleza de los suspiros.
Ciudad de Méjico, 1666
--Deposita vuecencia una gran confianza en mí, --dijo Juana--. Vive Dios que yo no quiero líos con la inquisición pero ciertamente este trabajo de este señor Johannes merece ser protegido. Créame que me avocare a estudiarlo. ¿Es esta la razón por la que me cito?
--En parte si. Sucede que oí que habéis hecho que don Armando Bocanegra, científico renombrado y catedrático de esta universidad, perdiera los estribos.
Juana recordó el debate, que pronto se volvió acrimoso, con don Armando.
--Don Armando y yo coincidimos en una tertulia en la corte y por no sé qué razón comenzamos a discutir sobre Aquiles y la tortuga, la famosa paradoja esa.
--¡Ja! El caso es que don Armando discutía con una niña de catorce años, dama de compañía de la virreina, que lo desarbolo completamente, para usar términos náuticos que entendería nuestro virrey.
--A raíz de nuestro debate, don Armando me ha acusado sin razón de ser fatua, arrogante, la peor de todas. ¡Vive Dios que le he ofrecido mil disculpas!
--¿Disculparte? ¿De qué? El hombre es un patán. No os preocupéis, el asunto llego a mis oídos, eso fue inevitable, y tuve que hablar con el virrey y hete tu aquí. Escucha, Juana, quiero tu opinión sobre una pulga que me he estado rascando y que tiene que ver precisamente con el bendito cuento ese de la tortuga y Aquiles. He consultado a mis otros colegas sobre el menester pero me tildan a loco. Si vos lo hacéis también creo que dejare el concepto por la paz.
--¿Perdón don Diego?
--La definición de velocidad la conocéis ¿verdad?
--En efecto. Una distancia dividida por la cantidad de tiempo que tomo recorrerla.
--¿Y si esa distancia fuera muy pequeña?
--Igual lo seria la duración.
--¿Y si la hicieras mas y mas pequeña, rete chiquita?
--Igual pasaría con el denominador.
--O sea, cada vez divides un número pequeñísimo por otro igual de pequeño.
--Me imagino que sí. Eso evitaría que la velocidad creciera a infinito.
--¿Aunque el denominador es cada vez más pequeño?
--Se van compensando, me imagino, don Diego. ¿Qué con ello?
--Pero eventualmente estas dividiendo una cantidad que es casi cero por otra que es casi cero. Y vos sabéis que dividir por cero es imposible.
--Pero no es cero, es casi cero, como vos habéis dicho.
--Creo que se trata de una fauna nueva. No son enteros ni fracciones. Yo los llamo “suspiros”.
--¿Suspiros?
--Son números pequeñísimos, antes de cero, sin llegar a ser cero, como quien dice el último suspiro que uno tiene antes de morir.
--Entiendo. Sin embargo, ¡sus recíprocos serian casi infinitos! –Los ojos de Juana brillaron.
El secretario toco y entro trayendo una bandeja con los chocolates. El anciano y Juana bebieron el brebaje con contento. Juana no se sentía ya incomoda. El que un doctor tan renombrado como don Diego la llamara colega y la confiara con el libro del hereje Kepler le complacía. Y además, el concepto que le había presentado don Diego la intrigaba.
--Imagínate, Juana, que veis a Aquiles corriendo y decís que va a tal velocidad. Es decir, vuestra observación vino de dividir a un suspiro por otro suspiro.
--Tienen entonces vuestros suspiros efectos reales, don Diego.
--En efecto, y esto va a lo que discutíais con Bocanegra. La paradoja es que si observáis a Aquiles…
--O a la misma tortuga, don Diego…creo que se hacía adonde va, don Diego.
--Si, a cualquiera de ellos, en un intervalo pequeñísimo de tiempo no se están moviendo en efecto.
--Cualquier pintor lo sabe. Puede mostrar a don Aquiles quemando la chancla pero estático.
--El arte tiene limitantes que las matemáticas no tienen.
--¡Limitantes! ¡Limites diría yo! --exclamo Juana con entusiasmo--. ¡Podríamos pensar entonces en la velocidad como un límite de las secuencias cada vez más pequeñas de los intervalos de tiempo y distancia! Y lo que el artista plasma es tal: un límite.
El anciano empezó a toser.
--¿Esta usted bien, maestro? –pregunto con preocupación Juana.
El secretario entró. El anciano parecía a punto de desfallecer.
--Don Diego lo llevaremos a su casa. Se ha agitado demasiado hoy.
El anciano levantó una mano.
--Juana, la carne tiene aun mas limitaciones que el arte o las matemáticas. ¡Cuánto quisiera haberte conocido unos veinte años atrás! Ahora ya estoy en la antesala de mi último suspiro, hija. Pero le agradezco, sin embargo, a Dios haberte conocido.
Juana se retiro llevando consigo el libro. Varias veces después visito a don Diego y discutieron más sobre los suspiros, Kepler, y la muerte de Claudio Tolomeo.
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