Wednesday, August 3, 2011

XXVIII. El Tetzacualco

Texcoco – 1652

“Así se entretenía jugando Nezahualcóyotl,
pero, una vez, se cayó en el agua.
Y dicen que de allí lo sacaron
los hombre-búhos, los magos;
vinieron a tomarlo, lo llevaron
allá, al Poyauhtécatl,
al Monte del Señor de la niebla.
Allí fue él a hacer penitencia y merecimiento.
Estando allí, según se dice,
lo ungieron con agua divina,
con el calor del fuego.
Y así le ordenaron, le dijeron:
tú, tú serás,
a ti te ordenamos, éste es tu encargo,
así, para ti, en tu mano,
habrá de quedar la ciudad.
Enseguida los magos lo regresaron
al lugar de donde lo habían traído,
De donde lo habían tomado...” –antigua tradición sobre Netzahualcoyotl

Al dia siguiente de vuestra llegada, Lorezo Ixtlilxochitl, fuisteis despertado muy de mañana por los monjes.  Os bañasteis y os vistieron con lujosas togas yucatecas, blanquísimas y adornadas con elegantes diseños geométricos.

--Le sugiero a su alteza que considere dejarse crecer el cabello –dijo don Eusebio que observaba los preparativos--, a la manera de vuestros ancestros.

--Si tal se espera de mi, tal hare –contestasteis.

Luego acompañado por don Eusebio y por vuestro padrino y por varios de los monjes se os escolto rumbo a una montaña brumosa que se alzaba en las afueras de Texcoco.

--¿Adonde vamos don Eusebio?

--Os llevaremos al seno de Tlaloc, alteza, es decir, a la cima del Monte Tlaloc.

--Ah, don Eusebio, recuerdo que habéis dicho que en su seno está el Toltecayototl.

El camino serpentea entre pinos.   Es paradisiaco.  Tal os parece, Lorenzo, que estáis contemplando el mundo perdido que se ilustraba en los murales del convento.

Notáis, Lorenzo, que poco a poco vais ascendiendo.  Por la altitud el oxigeno escasea.  Veis a vuestro anciano padrino batallar y uno de los monjes lo ayuda a continuar.

--Tomemos un descanso, señores –ordenáis y así se hace--.  Mi padrino no se ve muy bien.

--Son los años, alteza –se ríe don Diego.

--¿Hay más camino que recorrer, don Eusebio?  --preguntáis luego de un descanso.

--Un par de leguas mas, alteza.

Ya no hay árboles a la orilla del camino, solo piedras y ríos de lava congelada.  La procesión camina penosamente y un viento frio arrecia.  Notáis, Lorenzo, pequeñas luciérnagas que se desvanecen a tu alrededor y que os tocan y se vuelven breves gotas de agua pero no son lluvia.

--¿Qué es esto don Eusebio?

--Es nieve, alteza.  Es común que el monte tenga nevadas. 

Concluisteis, entonces, Lorenzo que os estaban llevando al fin del mundo.

--Solo en un lugar tan remoto estaría el toltecayototl a salvo de España, alteza –os dice vuestro padrino como si adivinara vuestra mente. 

--Y sin embargo, sabed alteza que en 1540 el obispo Zumárraga mandó soldados a destruir el templo al que nos dirigimos –explica don Eusebio--.  Algo intuían los hombres de Castilla acerca del lugar.  Afortunadamente en ese entonces la Hermandad estaba refugiada y mimetizada ya con los juaninos.  Lo que veréis fue construido sobre las ruinas que dejaron los soldados.

Ante vos se abre una magnifica calzada con dos altas paredes adornadas con motivos geométricos.  En medio de la calzada se alza un gran monolito de piedra volcánica que interrumpe vuestro paso.  Ante este observáis a una figura formidable.  Es un indígena vestido con peto de algodón y portando un casco de águila.  En sus manos esta una macana con puntas de obsidiana y en sus espaldas porta el escudo que reconoces como las armas de los reyes mexicanos: el águila y la serpiente.

--¿Quién vive? –os pregunta el guerrero.

--¡El Rey Coyote! –contesta vuestro padrino alzando la mano.

--Acercaos, Rey Coyote –os conmina el guerrero.

Tal hacéis, Lorenzo, dejando atrás a vuestros acompañantes.  El hombre os contempla de pies a cabeza sin decir palabra o mostrar emoción.  Es un indígena de unos 40 años, muy correoso, con varias cicatrices y tatuajes que adornan su cara.  Después de un minuto de silencio, el hombre alza una mano.

--¡Dejadlo pasar! –dice el guerrero mientras os hace una caravana.

Adivináis entonces Lorenzo que se os observa y que probablemente varias saetas os apuntaban y que si el guerrero no os hubiera reconocido como rey no estaríais vivo.

Proseguís por la calzada, Lorenzo, junto con vuestros acompañantes.  De la nada salen varios guerreros ataviados igual como caballeros águila y os preceden.  De algún lugar se oye sonar un caracol y un gran tambor de guerra.  Y de pronto la calzada termina y os encontráis ante un gran conjunto de edificios.

--Alteza –os dice don Eusebio con una reverencia--, bienvenido al aposento y refugio del toltecayototl: el Tetzacualco.

Ante vos, Lorenzo Ixtlilxochitl, se abrió un mundo maravilloso, que apenas habíais intuido leyendo los libros de vuestro padrino.  El Tetzahualco era una verdadera universidad indígena.  Había una magnifica biblioteca que almacenaba  tal vez miles de códices y pergaminos escritos en papel de amate.  En varias salas trabajaban los monjes juaninos copiando y traduciendo y restaurando, en algunos casos, estos.  El lugar contaba además con comedores y dormitorios.  Un  pozo de gran profundidad abastecía de agua el lugar pues en la cima del Tlaloc no había riachuelos o manantiales.

Os llevaron a una gran sala donde varios monjes estaban concentrados trabajando en manuscritos.

--Por la altura y poca humedad, este lugar es ideal para la conservación de los manuscritos –explico don Eusebio con voz queda, tratando de no perturbar el trabajo de los copistas--.  La sala esta está construida igual que los scriptoriums que estableció Casiodoro en Europa.  Estos monjes trabajan aquí por temporadas y luego bajan al convento.  Tratamos de dar la impresión allá abajo de ser una orden hospitalaria común y corriente y de no atraer la atención del arzobispo o, peor, del Santo Oficio.

Observasteis sin tocar uno de los manuscritos. 

--Este, alteza, por ejemplo, viene de la misma Tollan –explica don Eusebio--.  Se puede apreciar el glifo del rey Ce Acatl Topiltzin. 

--¿Tollan? ¿Es lo que llaman Tula?

--No sabemos exactamente donde quedaba Tollan, alteza –admite don Eusebio--.  Bien puede ser Tula o la ciudad Serpiente Jaguar que estaba a orillas del Coatzacoalcos o otra ciudad hasta ahora sin descubrir. 

--Observad los glifos que indican la fecha, alteza –apunta don Diego--.   Según la cuenta larga, es un edicto emitido lo que sería el 12 de mayo del año 977 del calendario europeo.

--¿Qué es la cuenta larga, padrino?

--Es la manera en que los antiguos contaban sus días –contesta don Diego--.  Utiliza un sistema base 20, excepto en uno de los dígitos, que es base 18.  No os preocupéis, alteza, se os enseñaran esos menesteres y pronto los dominareis.

--Alteza –añade don Eusebio--, la cuenta larga empieza a partir de la fundación de una ciudad cuyo nombre desconocemos, el 11 de agosto de 3114 antes de la era cristiana, lo que los romanos llamarían ab urbe condita.

--¿Tres mil años antes de Cristo?  ¡Santo Dios!  ¿Es entonces más antigua que Roma?

--Precede a Roma por unos 24 siglos, alteza –calcula don Diego--.  Roma no era ni un villorrio entonces y sus únicos habitantes eran los lobos que eventualmente amamantarían a Romulo y Remo. 

--¿Pero  decís que no sabéis el nombre de esa ciudad?

--No alteza.  Mucho es lo que desconocemos –admite don Diego--.  Pero esa es la promesa del toltecayototl.  Aquí, entre estos manuscritos, están las respuestas que nos dirán no solo el nombre de esta ciudad sino también donde se alzó, quien la fundo, quienes fueron sus reyes, y cuál fue su suerte.  Nosotros apenas hemos escarbado superficialmente el toltecayototl.  De ahí la importancia de conservarlo.

--El problema es que hay muchas diferentes escrituras, alteza, algunas que nos son totalmente ilegibles –explica don Eusebio.

--Hacemos lo posible, alteza –admitió don Diego--.  Pero algunos manuscritos se están cayendo a pedazos.  Nuestros copistas los transcriben a nuevos pergaminos pero al hacer esto es inevitable que se hagan errores. 

Se os lleva a continuación a una sala que es una especie de gimnasio donde veis a varios guerreros ejercitarse con la macana.

--Alteza –os dice acercándose el guerrero indígena que os había detenido por primera vez--, mi nombre es Raúl Topiltzin.  Soy el comandante del último destacamento mexica.  Mi misión será entrenaros en el arte de las armas, endureceros, hacer de vos un guerrero.

--Cuando Tenochtitlan cayó –añadió vuestro padrino—había un destacamento de caballeros águila en Texcoco recibiendo el entrenamiento del Toltecayototl.  Los hombres de don Raúl son los descendientes de estos.  Es por eso que arriba de esta fortaleza todavía ondea el estandarte del águila y la serpiente.  Aquí, alteza, no ha habido conquista.  Castilla no reina.  Vos sois el soberano.

--Asumo que estaré a vuestras ordenes don Raúl –le dijisteis.

--En efecto, alteza, lo estaréis por el periodo de vuestro entrenamiento, dos años.  Veo con gusto que no hay necesidad de recordaros que la primera condición de saber mandar es saber obedecer.  Entended, alteza, que seré duro con vos. 

--Sea, don Raúl.  ¿Cuándo comienzo?

--Mañana, a primera hora, alteza.  Vuecencia será  entrenado con otros seis muchachos, hijos de mis hombres.  Os advierto que os llevan algunas semanas de ventaja y tal vez sean más duros con vos que yo.

Ya que don Raúl se alejo, vuestro padrino se os acerco y murmuro quedamente:

--Sabed, alteza, que todavía podéis desdeciros y abdicar.  Si volteáis vuestros pasos y bajáis a Texcoco nadie os increpara.

--¿Irme para buscar ser jicarero en una pulquería padrino?  Dios me perdone la soberbia pero os diré que si me gusta la idea de ser rey.

--¿Aun si solo reinareis en el Tlaloc?

--¡No hay mejor lugar, padrino!  Mirad a estos hombres.  Ninguno anda sumiso y cabizbajo como el resto de los indígenas allá abajo.  Bien sabe vuecencia que ahí los indígenas tienen que descubrirse al paso de un español.  Padrino, prefiero mil veces ser rey, si, de hombres libres, que no le rinden pleitesía a Castilla, aun si solo son un puñado.  Y si mi reino solo abarca esta cima pues me apetece más que si fuera tan extenso como los feudos de los cesares de Roma.

Vuestro padrino os vio con orgullo y cierta tristeza.

--Creo entonces, alteza, que mi misión está siendo cumplida.  No dudo que vos sepáis hacer lo necesario para asegurar el toltecayototl y que se cumpla la profecía.  Sabed, sin embargo, que si don Raúl será duro con vos, me temo que más lo será Xochitl.

--No la conozco.  ¿Por qué decís tal cosa?

--Ella será vuestra maestra de matemáticas, física, y astronomía, alteza –sonrió don Diego--.  Esos son los menesteres que tenía que saber un rey mexicano en la antigüedad.  Y creedme, Xochitl es durísima pero es una maestra excelente.  Lo sé bien.  Yo mismo la entrene.  Es mi hija.

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