Tuesday, August 16, 2011

XV. El Obispo de Puebla

Puebla 1682

Donde conocemos al obispo de Puebla que dio pie a la bronca de Sor Juana con Sor Filotea

Entremos a la magnífica biblioteca que perteneció al obispo Palafox.  Las paredes están cubiertas con magníficos estantes de finas maderas.  Albergan toda clase de obras valiosas en griego, latin, hebreo, árabe, castellano y hasta en las lenguas herejes como el alemán.  Las puertas que dan a las pequeñas terrazas de la biblioteca están abiertas.  Por ahí entra el sol y un tenue viento.  Se oyen los tzentzontles cantando en los arboles que rodean a este palacio. 

En medio de la biblioteca, en una magnifica mesa de caoba se encuentran sentados dos personajes.  El primero es un príncipe de la iglesia, el obispo Manuel Fernández. de Santa Cruz  Se trata de un hombre alto, de buena planta, de mediana edad.  Ante el se abre un libro, la Metamorfosis de Ovidio, de gran antigüedad, escrito en árabe, que una vez había pertenecido a una de las siete bibliotecas de Córdoba en el viejo Al Andaluz.  En pequeñas letras el obispo ha escrito anotaciones y observaciones en cada página.

El segundo es un gentilhombre elegantemente vestido a la usanza de los tiempos.  A sus pies se acurruca una perra negra grandísima.  Se trata de nuestro conocido, el conde de la legión.

Un criado entra y deposita dos tazas de chocolate frente a los hombres y se retira con una reverencia.

--Le prestare esta versión del Ovidio en cuanto la acabe, señor conde, --dice el arzobispo--.  Es una delicia.  Me imagino que vuecencia entiende el árabe.

--En efecto su señoría.  Conocí esa lengua en mi estancia en el medio oriente.  Le estaré muy agradecido si me concede tal honor y le prometo cuidar del incunable.

--¿Y qué le parece nuestro nuevo arzobispo señor conde?

--¿Don Francisco?

--El mismo.  Vamos, hombre, usted y yo nos conocemos de muchos años atrás.  ¿No cree que entró muy gallito?

--Demuestra gran celo en su primer decreto.  Dicen las malas lenguas que el puesto de arzobispo se lo merecía usted.

--¡Ja ja!  Cierto, yo rehusé tal responsabilidad.  Aquí en Puebla me la paso muy contento con mis libros.  Por amor a mis ovejas decline el cargo.  Además, tengo las manos llenas construyendo la capilla del rosario.  ¿La ha visto vuecencia?

--Si, lo que vide es magnífico. 

--¡Imagínese cuando esté acabada!  Encontré unos excelentes artesanos indígenas en mis viajes por la sierra de Puebla y me los traje para trabajar en ella.

--Vamos, don Manuel, sáqueme de dudas y no evada lo que afirme.  ¿Qué del arzobispado?

--Sois sagaz, conde, --se rio el obispo--.  Si los jesuitas quieren el arzobispado pues sea.  Ya vide vuecencia que a veces se arrepiente uno cuando la suerte le concede uno lo que quiere.

--Su señoría fue el padrino de don Francisco durante su consagración como obispo de Michoacan.  También tenéis más antigüedad que don Francisco.

--Tal es cierto.

--Conozco muy bien a su señoría.  Creo que actuó con mucha prudencia.  La cosecha se reputa no será buena.  Hay rumores de ataques piratas en el golfo.  Y los naturales andan levantiscos.  Don Francisco solo tiene tres, tal vez cuatro, años que llego a la Nueva España.  No conoce las lenguas mejicanas.  Usted tiene ya décadas aquí.  Y habla varias lenguas mejicanas con holgura.  Es usted lo que aquí los mejicanos llaman un gallo muy jugado.

El obispo se rio. 

--En efecto, señor conde.

--Perdóneme la osadía, su señoría, pero creo que le está dando cuerda a don Francisco para que solito se ahorque.

El obispo no dijo nada por varios momentos.  Era evidente que estaba sopesando sus palabras.

--Bueno, --contesto el obispo tomando un sorbo de su chocolate-- admito que si la cosecha no es buena esto se va a poner color de hormiga como dicen los mejicanos.  Y he oído también de que los herejes podrían atacar Veracruz.  Pero, ¿qué es eso de que los naturales andan levantiscos?

--Cosas que uno oye, su señoría.

--Vamos, hombre, entre gitanos…

--Anda el rumor del regreso de un rey mejicano.  Le dicen el rey coyote.

--Ah, ¿e incitara una revuelta contra España?

--Es posible.  Hasta ahora es solo un rumor.  Le paso al costo lo que se.  Lo ven como una especie de mesías indígena que volverá a restablecer el mando de los naturales en esta tierra.

--¡Válgame Dios!  ¿Está al tanto de esto don Francisco?

--Afortunadamente sí.

--¿Y lo toma en serio?  ¿Entiende la gravedad de esta amenaza?  --había algo de frustración en su voz que indicaba su falta de confianza en el arzobispo.

--Yo creo que si.  Ha tenido ya varias juntas con el virrey sobre estos menesteres. 

--¿Y la inquisición?

--Ahí está el problema.  Como su señoría sabe, se acaba de morir don Pedro Soarez, el inquisidor.

--Me temo que don Pedro era muy anciano y aparentemente una santa paloma.  No hizo ningún auto de fe.  Vuecencia sabe bien que de vez en cuando hay que hacer una chicharroniza para que los naturales teman a la autoridad de España.

--Tengo entendido que todavía no ha llegado el sucesor de don Pedro desde España.  Me temo que ahorita el santo tribunal de la inquisición se encuentra a cargo del segundo de don Pedro, un joven dominico que tiene poco que llego de España, un tal Fray Antonio de Montoya.

--¿Montoya?  Si, lo conocí cuando paso por Puebla.  Es muy joven.  No conoce a la Nueva España.  Sin embargo, me impresiono su erudición.

--La inquisición no necesita un Marco Aurelio, su señoría, para estos casos se necesita un Tiberio.  Si la cosecha falla puede que soplen vientos de fronda.

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