Sunday, August 7, 2011

XXIV. Los Fugitivos de la Casa Negra

Texcoco – 1652

Don Eusebio relleno su vaso y el de don Diego.

--Alteza, el anciano principal de la hermandad blanca, el venerable Cipactli, en su lecho de muerte le dio instrucciones a sus acólitos.

--Hijos míos, pocos de ustedes quedan pero sois los más jóvenes y los más vigorosos.  Siento ya la muerte aproximarse y me duele que no os podré guiar mas.  Escuchad, no tardaran los de Castilla en presentarse aquí.  El rey agoniza también por la viruela junto con muchos de sus nobles.  No dudo que los de Castilla, hombres voraces y sin escrúpulos, aprovecharan la ocasión para hacer a los Ixtlilxóchitl a un lado.  Escuchad: tendréis que hacer todo lo posible para sobrevivir.  Abrazad la religión que los de Castilla traen.  Adorad a su Cristo, abjurad de vuestros dioses, ellos entenderán.  Y ante todo, mantened incólume los libros, pinturas, códices y textos que nos quedan del toltecayototl.  Escondedlo como podáis ahora que todavía sois libres.  Solo si así podrá cumplirse la profecía.

Fue así como los acólitos sobrevivientes de la hermandad blanca le dieron la bienvenida a los de Castilla y sumisamente se convirtieron a la nueva religión.   Pero dejare, alteza, que sea vuestro padrino el que continúe la historia.

--En efecto, alteza –continuo don Diego--, para mimetizarse los acólitos decidieron parecer como los mas fervientes católicos.  Y así sobrevivieron hasta que un dia se presento el farsante que llaman Motolinia o Fray Toribio de Benavente.

Al decir esto don Eusebio no pudo evitar carcajearse. 

--Don Diego no aprecia mucho a Motolinia como podéis ver, alteza.

--Sus razones tendrá –dijo quedamente Lorenzo Ixtlilxóchitl.

--Vera, alteza, Fray Toribio se presento aquí un par de años después de la caída de Tenochtitlan.  Y como sabéis, a donde él iba los mexicanos lo veían todo raído, sucio, y lamparoso y le decían “Motolinia” o sea, “pobrecito”.

--Bueno –apunto don Eusebio--, Fray Toribio quería demostrar así su humildad e imitar a Cristo, supongo.

--Tal vez –respondió don Diego--, pero sabed lo que ello implicaba.  El pueblo mexica, los mismos que antes habían sido los soberanos del Anahuac, que tenían sus reyes, sus escuelas, sus científicos y universidades, sus salas de justicia, su cultura, su medicina, habían visto su mundo destruido.  A ellos se les había impuesto una pobreza forzada, a punta de la espada, y eran ahora propiedad de feroces encomenderos que los trataban como animales.  ¿Qué simpatía puede tener alguien al que se le impone la pobreza con alguien que la asume voluntariamente?  ¿Pobrecito?  Más bien creo que querían decir “infeliz loco”.

--Don Diego, no le quitéis a Motolinia el merito de que protesto los abusos de los encomenderos –tercio don Eusebio.

--Tal vez, don Eusebio, pero la verdad es que poco cambiaron las cosas –contesto don Diego sacudiendo la cabeza--.  Aun don Pedro de Gante, otro de los franciscanos que acompañaban a Motolinia, resulto ser todo un inútil.  ¡Don Pedro era, válgame Dios, todo un Habsburgo, primo del mismo Carlos V, y hasta tenía el labio austriaco!  Pero aun así poco hicieron sus protestas y cartas para detener los abusos que se cometieron.

Pero no, lo más insultante fue la admiración que tuvieron estos santos varones a la destreza de los mexicanos cual si fueran ellos animales a los que se les adiestra para hacer gracias.  Vera, alteza, iniciaron talleres donde se les enseñaría a los mexicanos oficios.  ¿Y quiénes fueron los que se enrolaron con entusiasmo en estos talleres?  Pues nada más y nada menos que nuestros hermanos de la hermandad blanca, pues tal era necesario y ordenado para sobrevivir.  ¿Por qué se asombraba entonces uno de estos santos varones que los ingenieros principales de los reyes mexica, los que habían levantado toda una ciudad en medio de un lago, fueran tan diestros en hacer artesanías?  ¿O que tuviera gran control de sus manos y bordara primorosamente quien antes había sido el cirujano personal del tlatoani?

--Claro, ni Motolinia ni Gante sabían la clase de talento que tenían haciendo macetas de barro –añadió don Eusebio.

--En efecto.  Y cuando nuestros hermanos solicitaron ingresar a las órdenes los de Castilla con gusto les dieron venia.  Fue así que la hermandad blanca se fue convirtiendo en un grupo de clérigos, dominicos, franciscanos, curas seglares, etc., que conservaban el secreto del toltecayototl.  El problema, alteza, fue transmitir ese legado a los jóvenes.

--¿Por qué? –pregunto el rey coyote.

--Motolinia, Gante, y otros crearon escuelas donde juntaban a los hijos de la nobleza y los mantenían por años internados aprendiendo a convertirse en españoles y a olvidarse y despreciar lo mexicano.  Así fue como cambiaron las mentes de la mejor sangre de Anahuac.  Al salir de esos internados los muchachos eran mejicanos con idiosincrasia europea que desconocían en absoluto y hasta despreciaban las obras de sus abuelos.

--Válgame Dios, padrino –interrumpió Lorenzo Ixtlilxóchitl--, yo, en medio de mi ignorancia de los hechos de mis abuelos soy hasta cierto punto culpable de lo mismo.

--Pero sois hombre de honor, alteza, y estáis dispuesto a enmendar eso.  Y también fue un hombre de honor vuestro abuelo, Lorenzo de Alva Ixtlilxóchitl.  Bien hubiera él podido aceptar los puestos encumbrados que le ofreció el virrey, si, pero, ¿a cambio de qué?  ¿De asumir una encomienda para explotar a sus compatriotas?  ¿De renegar de su sangre?  No, vuestro abuelo prefirió la pobreza y legarles a sus hijos un nombre limpio.

--Os imaginareis entonces alteza –explico don Eusebio— cuan duro fue para la hermandad blanca sobrevivir en los años posteriores a la conquista. 

--En efecto –continúo don Diego--.  Para identificar a jóvenes que estarían dispuestos a conocer y defender el toltecayototl se tenía que usar mucha prudencia.  La sangre fresca que necesitaba la hermandad se encontraba precisamente entre los apátridas y enajenados que Motolinia y Gante tenían en sus escuelas.  Pero aun así logramos sobrevivir y reclutar entre esos jóvenes.  Pero no faltaron los traidores de siempre, los que juraban fidelidad y luego estaban dispuestos a vender, a cambio de unos duros, los secretos de nuestra cofradía a la inquisición.  Me temo que nuestras manos no están limpias de sangre, pero no diré más, alteza.

--No os preocupéis, padrino –dijo el rey coyote--.  Entiendo que a veces el fin justifica los medios como escribió el sabio italiano cuyo libro voy a tener que releer si voy a ejercer como rey.  Asumo entonces que el toltecayototl y la hermandad lograron sobrevivir hasta nuestros días.

--Así fue, alteza –dijo don Eusebio sonriendo--.  El núcleo principal de la hermandad se encontraba aquí, en Texcoco, y una vez que llegaron los juaninos y construyeron este convento los infiltramos hasta que aquí nos veis, el convento es enteramente compuesto de miembros de la hermandad blanca.

--Aun si son gachupines –se carcajeo don Diego.

--Entonces, ¿Dónde esta el toltecayototl?  ¿Esta aquí en este convento?

--No alteza.  Está en el seno de Tlaloc.

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